La calma mágica, de Alfredo Sanzol. |
En sus obras prepara una mezcla perfectamente dosificada de situaciones a menudo naïf y otras veces de un realismo entre mágico y absurdo que no gusta a todo el mundo, pero que a los que nos gusta nos arrebata, porque lo percibimos como singular, brillante y simpático (en el buen sentido), y sentimos que al hablar de sí mismo está hablando de nosotros, de nuestros parientes y de nuestros amigos, bastante parecidos a los suyos, recurriendo a un lenguaje directo y lleno de argot expresivo, de localismos chocantes pero muy eficaces para contar las miserias y deslumbramientos de la vida cotidiana.
Scott Heiser. Big Apple Circus. Nueva York. |
Guste o no guste su dramaturgia, lo que nadie discute es su capacidad privilegiada para crear intensidad dramática, para cargar de tensión la peripecia principal y rodearla con derivas inesperadas, válvulas de escape asombrosas que dan a cada una de sus obras y al conjunto de ellas un personal tono poético.
En La calma mágica disfrutamos del teatro como posibilidad psicotrópica, capaz de alterar nuestra conciencia y llevarnos (como a Oliver, el protagonista) a zambullirnos en el futuro, a reevaluar el pasado y a transformar el presente.
Sanzol lo hace todo normal y verosímil, porque construye lo extraordinario mediante elementos cotidianos que a nosotros también nos son familiares. Su exorcismo nos vale: su armisticio (más que ajuste de cuentas) con el padre muerto, que acude desde ultratumba hasta el escenario por vía telefónica; sus opciones de riesgo en favor de la dignidad personal; su estrategia para sacar a la luz al animal cazador que seguimos llevando dentro, un traumático secreto que condiciona nuestra conducta.
Richard Young. Elefante. |
Lo representado, más o menos metafóricamente, tiene mucho que ver con el autor, que no se esconde, y si lo hace es como parte de un juego de gallina ciega que se practica a la vista de un público que admite ser cómplice, y al que se invita (¿incita?) a indagar en el recuerdo de sus propios misterios individuales y domésticos.
La escenografía de Alejandro Andujar me pareció muy acertada por su aparente sencillez, optando por que sean las palabras las que construyan las situaciones, los ambientes y las geografías. Y en medio de ella, una ventana prodigiosa, tanto plástica como funcionalmente, una especie de espejo de Alicia a través del que ir y venir a otras dimensiones de la realidad.
Isidro Ferrer. |
Richard Avedon. Dovima con elefantes. |
Cartel de Isidro Ferrer para el Centro Dramático Nacional. 2014. |
(Publicado en Rioja2 el 03.12.2014)
Magnífica y sensible crónica de lo que vimos y oímos. Ese estado entre Miguel Mihura, Lewis Caroll y los hermanos Cohen. Y esa calma final, tras la tribulación aguda, que da lo que muy bien denominas 'armisticio' con el padre, solventado con un senequsimo bilbaino y la trasparencia de toda la tramoya de la vida. Abrazos calmos. Bernardo
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