Eric Reed |
En
la vida no sabemos qué resulta más satisfactorio: que las cosas
respondan a lo previsto o que acaben por sorprendernos. A veces, como
en el último concierto del ciclo de jazz de Cultural Rioja, pasan
las dos cosas a la vez, y nos encontramos con un trío excelente y en plena
forma (Eric Reed al piano, Darryl Hall al contrabajo y Mario Gonzi a
la batería), acompañado por un trombonista virtuoso, Wycliffe
Gordon, que consiguió dar a su instrumento un papel de protagonista,
tan vibrante como brillante.
Eric
Reed planteó el concierto como un paseo triunfal por la espina
dorsal del jazz, recurriendo a composiciones de Duke Ellington, Louis
Armstrong, Thelonious Monk, Charlie Parker, Benny Golson, George
Gershwin
y
Oscar Peterson. Derrochó swing e intensidad, y exhibió una técnica
muy depurada y una visión moderna del repertorio que le llevó a
cambiar frecuentemente el tempo más habitual de los temas, lanzando
al grupo a un dinamismo admirable, con inspirados solos de Hall y
Gonzi, ambos perfectos.
La
sorpresa llega cuando el trombón -entendido tradicionalmente en su papel para la fila de atrás, empastando el sonido de otros- pasa a
convertirse en instrumento solista, capaz de elaborar melodías
complejas y de transmitir emoción.
Y
ahí estuvo Wycliffe Gordon, como un Jack Teagarden redivivo (aunque
en este caso hiciera a menudo un doble papel: el suyo propio y el de
Louis Armstrong), convirtiendo al trombón en un instrumento de
precisión, capaz de cantar (un emocionante Embraceable you como si
fuera Billie Holiday) y de improvisar un complejo tema lleno de
referencias al blues y a los himnos del gospel.
En
un alarde de virtuosismo recurrió a un trombón soprano, de tesitura
más amplia y un brillo sonoro muy parecido al de la trompeta, y ahí
-entre sus pinitos canoros, la afabilidad de su presencia y el imaginativo uso de la
sordina- se nos apareció Satchmo. El que faltaba.
Nuestro
habitual papel de coro nocturno se redujo bastante en esta ocasión:
cantamos, pero poco. Nos limitamos al dooa doa doa doa doa doaa en el
It don´t mean a thing (if it ain´t got that swing), porque el que cantó
de verdad fue el trombón, al que Wycliffe Gordon hizo hablar con o
sin sordina, "vocalizando" o en un desgarrado lamento.
Eric
Reed presento a Gordon como a su amigo, y hay que ser muy amigo de
alguien para ponerle semejante bandeja en la que poder lucirse a su gusto. Quizá porque ese día cumplía, fuera de casa, cuarenta y
ocho años. Y nosotros, el asombrado público, sin comerlo ni
beberlo, fuimos quienes disfrutamos del pastel y de la fiesta.
Cartel de Gunther Kieser para festival de jazz.. 1999. |
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