jueves, 25 de enero de 2024

No hay dos lunas iguales

Richard Long. Luna llena a vista de pájaro.

(...) "Yo soy un entusiasta de las lunas de los cielos de invierno. Son cielos rutilantes, de una nitidez, de una turgencia metálica. En invierno la luz de la luna tiene una calidad tensa y una luz viva. La luna de enero es la más clara del año y convierte el paisaje en un sueño, en un sueño lúcido y preciso. ¿No ha visto usted en este tiempo una pared blanca tocada por la luna, una masía a cuatro vientos, una masa arbórea salpicada por su resplandor? En esta época, la luna ilumina todo cuanto toca con un aire de misterio y parece dar un aire patético al silencio de la noche. Es en esas noches cuando los perros de las masías se pasan horas y horas ladrando, aullando lastimeramente, sin saber por qué lo hacen, sin tener una causa visible. Y ahora le diré por qué los perros ladran sin tener una causa conocida, en esas noches de luna. En mis invernales caminatas nocturnas me encontré una noche con un perro que ladraba llorando y que soltaba unos aullidos largos y patéticos. «¿Por qué lloras de este modo?», le pregunté. «¡Porque tengo miedo!», dijo el perro, encorvándose sobre su propio cuerpo.

—Pero ¿usted habla con los perros?

—Sí, señor. Hay literatos que hacen hablar, que ponen de manifiesto los sentimientos de los seres inanimados, y así, en muchos libros, sus autores hacen hablar a las paredes, a los muebles, a las máquinas de coser, a las camas, a las escaleras, a los platos y a las soperas e incluso, a veces, a los personajes de las novelas, a pesar de no tener absolutamente nada que decir. Yo me mantengo en un terreno de absoluta discreción y ello me permite hablar con los seres vivos —⁠con los perros concretamente⁠—. Los perros ladran, en invierno, porque la claridad de la luna pone sobre la tierra un velo tan sutil de misterio que les atemoriza. En verano ladran menos.
Joan Miró. El perro ladrando a la luna. 1952.
—En verano la luna es más débil.

—Realmente, la luz de la luna es más débil y suele estar muy sutilmente enturbiada, y tiene una densidad desfibrada y dispersa: una luz triste y fatigada, pero impregnada de la delectación morosa de la fatiga. Ocurre, sin embargo, que la mayoría de las personas no conocen la luz blanca y clara de la luna de enero porque en esa época suele hacer frío y no es corriente salir de casa por esas pequeñeces. Las lunas de verano, en cambio, se pueden contemplar en mangas de camisa, y ello constituye un positivo aliciente. En otoño, la luna es más triste. Navega por los espacios en medio de nubarrones quebrados de formas monstruosas. ¿Se ha fijado usted en los bordes de las nubes tocadas por las lunas de otoño? ¿Recuerda los amarillos de yema de huevo, los malvas, los violetas, los vinagres, los cobres, los oxidados, los colores ferruginosos, los estaños extasiados que cuelgan de las nubes del cielo?
El Greco. Vista de Toledo. 1596.
Esos colores, ¿no le recuerdan las pinturas del Greco? Éste es el pintor —⁠el único pintor⁠— que ha llegado a reproducir, en sus telas, los dramáticos colores que tienen las nubes tocadas por la luna de otoño. Chopin es el músico de la luna aterciopelada, señorial, clara, blanca, de invierno. El Greco es el pintor de las lunas de otoño. Éstos son hombres de la luna, y en vida fueron probablemente lunáticos, es decir, hombres tocados por una locura pasiva y morosa, pero cierta."(...)

Josep Pla. Luna de enero. (1971). Recogido en Las horas. Traducción de Josep Daurella. Ed. Destino, 2023.

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