"La gente comenzó a llegar al velatorio de la avenida Félix Cuevas en cuanto las emisoras de radio divulgaron la noticia de su fallecimiento. Testimonios y condolencias de compañeros y amigos se alternaron durante toda la jornada con la emisión de sus canciones, en versiones propias o de los muchos intérpretes que las habían grabado para entonces. Todo México cantaba desde hacía décadas, en zócalos y cantinas, las canciones de José Alfredo. A media tarde se empezaron a formar largas colas en la puerta del velatorio y hubo que habilitar una capilla ardiente más grande para que la gente pudiera desfilar sin agobios ni empujones delante del cuerpo presente. Presidía el duelo su viuda, Paloma Jiménez, acompañada de sus cuatro hijos, el mayor de quince años.
Chavela Vargas. |
Había caído la tarde cuando en la entrada se oyó a un mariachi. A su frente venía el Indio Fernández. ¡A José Alfredo no se le despide con rezos y llantos!, tronó. ¡A José Alfredo se le despide cantando! Nadie osó contradecirlo, sabían todos cómo se las gastaba el Indio. Durante una hora rindió tributo a José Alfredo un mariachi del Tenampa, uno de los que le habían acompañado hasta la última noche, antes de ingresar muy enfermo en el hospital. La gente seguía desfilando con reverencia y las beatas que rodeaban a Paloma musitaban, con la mirada púdicamente dirigida al piso. Aliviadas cuando se fue el mariachi de regreso a Garibaldi, sacaron sus rosarios y continuaron con sus rezos.
Fue después de medianoche, la fila de gente había ido adelgazando, cuando apareció una mujer de cincuenta y tantos años, con el pelo muy corto color gris perla, vestida o más bien tapada con unos anchos pantalones negros y un chaquetón también negro abotonado hasta el cuello. Sin saludar ni mirar a nadie, dirigió sus pasos hacia donde estaba Paloma. Se dieron un largo abrazo, sollozando las dos en silencio. Luego la mujer se acercó al catafalco y durante un rato contempló el rostro de su amigo. Se dejó caer a un lado, medio sentada y medio arrodillada, y empezó a cantar, al principio como en un susurro, canciones del repertorio de José Alfredo. Alzó un poco la voz, dolorida y ronca, mientras se hacía el silencio en la estancia. Sacó de uno de los bolsillos del chaquetón una pequeña botella, dio unos sorbos y siguió cantando. Una de las amigas que acompañaban a Paloma le pidió permiso para mandar sacar a aquella mujer de allí, le parecía irreverente su comportamiento. Paloma se negó. Aquella mujer era amiga suya, había sido amiga de su marido y tenía derecho a comportarse como quisiera, no le parecía que estuviese armando ningún escándalo. La mujer siguió cantando suavemente, como si estuviese arrullando al muerto, y cuando acabó con la primera botella sacó una segunda del otro bolsillo del chaquetón. Se acercaba la madrugada cuando la mujer se levantó y, sin despedirse de nadie, se dirigió con paso seguro hacia la puerta y desapareció. (...)
Lo cuenta de primera mano Manuel Arroyo-Stephens en La gente comenzó a llegar al velatorio, y se recoge en Mexicana, la recopilación de su rica memoria centroamericana que edita ahora Acantilado.
Brindemos (reiteradamente) por los tres.
Qué carácter!!!
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