Ángel Guache, tramando algo. |
En su más reciente disco, Ballet volcánico, el siempre sorprendente Ángel Guache se ha hecho un autorretrato urgente de cuerpo y alma enteros donde conviven lo armonioso y lo explosivo, algo perfectamente normal en quien “ama la vida sin cordura” y confiesa cantar “en verso recio y fiero lo que le da la gana y porque quiero”.
Guache ha conseguido un disco sentimentalmente barroco (lleno de vanitas, de vitalistas cantos a la muerte enamorada, de urgencias por vivir intensamente lo poco que nos va quedando, consciente de que “el tiempo no tiene retroceso”) y rabiosa y explícitamente quevedesco, a veces sensual y mórbido, otras directo y sucio, “dando amor o dando coces”, contraponiendo naturalmente sutileza y escatología gamberra. Algo así como un agudo conceptismo anarcoide preñado de melancolía destroyer, una mezcla insólita de Francisco de Quevedo y un punky sensible. La delicadeza de vihuelas y violines que pediría tal espíritu barroco ha sido reemplazada esta vez por la electricidad, por un continuo musical de fondos poderosos, pesados, reiterativos, contundentes, inmisericordes, al cuidado de su fiel colaborador Marcelo Pull. En ese intenso maremagnum Guache canta sorprendentemente cómodo aunque siga fajándose “luchando a plena voz”, encajado como en un guante de metal en el tecno machacón pero flotando gracias a la métrica y al ritmo propio del poema, a la riqueza de la música interior de sonetos y endecasílabos (que le sientan sorprendentemente bien a música tan extremada).
Su agónica voz ensaya una vez más, a voz en grito, su dimensión dramática y la voluntad pública, política, de quien “quiere vivir la vida como reto”, regodeándose gozosamente en la autoparodia, “sueltas las bridas, sin ningún aprieto”. Disfrutón y taciturno, más tétrico que lúgubre, pocas veces sombrío, siempre tratando de hacerse querer, Guache ha conseguido en este disco un hermoso ramo de canciones de dos minutos lleno de urgencias donde conviven “la porfía en la senda errada” (Quevedo dixit) y el lúcido desengaño por placeres y apariencias. Desengañado sí, pero todavía con enormes ganas, sorprendentemente capaz de exponerse sin pudor y sin vergüenza, enseñando las heridas y los dientes.
Retrato de Francisco de Quevedo atribuido a Juan van der Hamen. Circa 1650. |
Ande, corra a comprar, antes de que se agote, Ballet volcánico, un disco lleno de homenajes y de citas (tantas que seguramente pretenda ser entendido por la parroquia y la Academia como una nueva provocación cultureta), y verá qué bien le sienta.
Le alegrará el día.
Gestal, siempe lúcido y genial!!!
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Francisco Gestal, qué preciosa reseña! Queda patente tu sabiduría literaria y musical; y esa forma tan fluida, generosa y chispeante de expresarla. ¡Gran abrazo!
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