Todas las fotografías son obra de Josep Plaja Borrell. |
Pamen Pereira ha preparado para el nuevo espacio del
anticuario Artur Ramón en Barcelona una instalación que titula Tiempo
imaginario, en la que ha provocado el encuentro deliberado de su simbología personal, de su mundo poético propio, con la rigurosa selección que ha hecho de
entre los seis mil objetos preciosos que componen la colección de quien la
alberga, que viene a ser algo así como una sumaria biografía colectiva de los últimos
cinco siglos de la humanidad a través de piezas singulares de su cultura
material.
Esos objetos que se ha “apropiado” coyunturalmente, esencialmente barrocos, sustituyen en algún caso a los materiales cotidianos y humildes de su memoria personal o familiar que constituyen habitualmente su obra, y facilitan con éxito, una vez “metamorfoseados”, su deseo de provocar emoción en el espectador, potenciando los efectos de dinamismo, flujo y movimiento, y la presencia iluminadora de los elementos esenciales de la naturaleza.
Se trata de “ensamblajes” circunstanciales que por su acierto y la potenciación recíproca de las cualidades y el sentido de cada una de las partes pareciera que aspirasen a ser definitivos. Una relación virtuosa entre objetos prácticos (que, por su excelente singularidad han superado para siempre su fase de bienes de uso y consumo) y la aportación “inútil” del arte (tan superfluo como necesario, tan imprescindible, en definitiva) que establecen una cohabitación en la que las partes se enriquecen por la transferencia de sus respectivas cualidades, a través de un diálogo que las transforma al hacer de su tiempo concreto una dimensión dinámica y reversible.
Las piezas del pasado cobran en su relación con las creaciones de Pamen Pereira un nuevo valor que supera la ya abandonada función para la que fueron pensadas, y entre ellas se establece un diálogo enriquecedor, una dinámica retroalimentación que las amplifica en un sofisticado juego de ecos y reverberaciones, de luces y sombras, entre cuyas sugerencias el espectador puede, como en los tradicionales espacios barrocos, sentir la emoción conmovedora de lo inefable.
Se trata, en definitiva, de un hermoso juego entre lo transitorio y lo perdurable, entre lo leve y lo permanente, muy acorde con los invariantes habituales de la obra de Pamen Pereira, siempre tan preocupada por el paso del tiempo, por el desvanecimiento de lo que consideramos estable, por la fragilidad de la existencia.
Gracias Pachi, haces que todo mi esfuerzo merezca la pena.
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