lunes, 5 de marzo de 2018

El inesperado mano a mano entre José de la Tomasa y Segundo Falcón

José de la Tomasa y Manolo Franco. Foto: Mr. Duck.

En el demasiado previsible mundo del flamenco cualquier sorpresa es bienvenida, sobre todo si el resultado es del gusto del respetable. Íbamos a escuchar al maestro José de la Tomasa y asistimos a dos medios recitales de dos diestros, uno de los cuales, Segundo Falcón, tomaba la alternativa de manos del cabeza de cartel ante un testigo de excepción, el guitarrista Manolo Franco, que dio continuidad al espectáculo, un “encierro” serio, exigente, bien repartido y con oportunidades para el lucimiento y los quites memorables.
Segundo Falcón y Manolo Franco.
Empezó el mano a mano con toda seriedad y por todo lo alto, cantando tonás, deblas y martinetes con un efecto sobrecogedor, y, tras una preciosa pieza “en concierto” del guitarrista Manolo Franco, empezó el tiempo de Segundo Falcón, que, tras agradecer la oportunidad que se le brindaba y recordando su presencia reiterada en el escenario del Bretón cantando "atrás" para acompañar al baile, afrontó un luminoso surtido de cantes de Cádiz, alegrías personales y alegrías de Córdoba, demostrando que no hay cante pequeño. Con ellos demostró, como haría a lo largo de todo el concierto, la extraordinaria riqueza de su compás, cosa esta que, como el valor a los soldados, ha de suponérsele a cualquier cantaor, pero él, como los que han pasado buena parte de su carrera pendientes de los bailaores, han de saber hacerlo evidente y marcarlo en toda su complejidad, sirviéndose de palmas, pitos, glosolalias y jaleos, y acentuando la expresividad corporal y las secuencias rítmicas de los pies en el veloz juego de taconeos y puntas (¡qué prodigio de pie derecho, qué maravilla!). Después demostró su grandeza con los cantes de Triana (anunciándonos pormenorizadamente el programa de sus variedades de cantes apolaos, la soleá de Triana, la soleá apolá y el cambio a la petenera), dando cabida a la delicadeza del matiz y a la explosión dramática. Un prodigio de capacidad melismática y de flexibilidad para cambiar de tonalidad. Todo brillo y filigrana. Continuó con una guajira muy bien cantada (y bailada, sin necesidad de levantarse de la silla), brillante, llena de intención y chispa, tan de Triana como de La Habana vieja, sabrosa como la ensalada de uva, mango y papaya que nos proponía para ir y volver. Y para terminar su parte afrontó unas malagueñas muy valientes e inspiradas, arriesgándolo todo muy arriba y rematadas de forma espectacular por cantes abandolaos.
Edouard Manet. El cantante español. 1860.
Y llegó el turno del cabeza de cartel, José de la Tomasa, que, tras elogiar la actuación de su compañero (“ha estado fenomenal”, dijo) empezó con unas soleás emocionantes, canónicas, con sus tiempos muy  bien marcados, tan variados, tan complejos, tan distintos…, unas soleás sabias, riquísimas, que José cantó tan frágil como jondo, de forma magistral. Después cantó unos tarantos, y, como anunció, hizo de ellos “un cante muy bonito, muy recortado”, lleno de matices y delicadeza, doliente, cuajado de patética emoción en la que cupieron el llanto y el grito (“Qué lavadito y bien peinao / baja el minerito a la mina / y cuando sube p´arriba / del carbón sale tiznao / y hasta negra la saliva”). Continuó por seguiriyas (“el himno nacional de la familia”), llenas de referencias a su entorno doméstico y al paso del tiempo, y las hizo perfectas, vibrantes, brillantes, a la altura de su prestigio. Luego cantó muy bien por bulerías, todo brío y compás, muy festeras, muy populares, con algunas letras preciosas (“Quién más merece la muerte: / ¿yo, por quererte a ti tanto / o tú, prima, por no quererme?”) y otras que, relacionando “robagallinas” y “minorías étnicas”, resultan chocantes en los tiempos que corren.
Edouard Manet. Saludo de torero. 1866–1867.
Para terminar, llegamos a la "apoteosis" con Segundo y José en el escenario cantando una larga tanda de fandangos francamente bien, de “picadillo”, apostándolo todo para llevarse el gato al agua y dar gusto al entregado público. Entre esos quites y con esa intención, José dedicó “a todas las señoras de España” lo siguiente: “Perdónela, señor juez, / y es que esta mujer no tiene firme el sentido / y es que anoche había bebido / pa olvidarse de una vez que no comieron sus hijos”). Estupendamente cantado, eso sí, pero las señoras y los señores del teatro se quedaron congelados. Aunque puestos a proponer justificaciones y atenuantes tampoco este resulta baladí en temporada alta de juicios por corrupción: “Yo creo que merece el perdón / aquel que roba pa sus hijos. / Hay quien roba sin motivo / porque le sobra en el mundo de tó / y le quitan el castigo.” Y es que se ve y se oye cada cosa como estrategia de defensa de los “gurtélidos” y demás ralea pillados in fraganti que ya ya…
Edouard Manet. Joven vestido de majo. 1863.
El concierto, al final, y más allá de las sorpresas, resultó estupendo y muy bien planteado, con dos voces esencialmente distintas (la de Segundo clara y limpia, muy expresiva, cómoda en los tonos más altos aunque a veces demasiado rígida, y la de José más hecha, imponente, sabia, sobrada de temple y poderío) y una perfecta elección y distribución del repertorio para dar la adecuada visión panorámica de la riqueza del flamenco y la posibilidad de exhibir las facetas más personales de los cantaores. Para mi gusto sobró la constante reverberación de la sonorización, recurso viejuno superfluo en un teatro y con artistas de estas características.
Otro acierto fue la elección del guitarrista Manolo Franco, siempre perfecto, dando seguridad y vuelo a los cantaores en todo momento y aprovechando entradas y falsetas para lucir sus enormes cualidades, su musicalidad y su elegancia, siempre bien valoradas en esta plaza.
Edouard Manet. Ballet español. 1862.
Otra buena noche de flamenco. Que siga la racha.




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