Parafraseando a Heródoto y su sintética visión
sobre el origen y la milenaria pervivencia de la cultura egipcia,
podríamos afirmar que Riberia –el fértil territorio de
confluencia entre La Rioja, Navarra y Aragón al que ha puesto nombre
y definido en imágenes Carlos Traspaderne- es un don del
Ebro.
Mapa de Riberia según la información de Carlos Traspaderne dibujado por Jorge Elías en 2016. |
Un Ebro invisible pero omnipresente que ha
recorrido durante cuatro años cargando con su Hasselblad y guiado por la
actitud de un etnógrafo ajeno a la propaganda y los interesados “hechos
diferenciales”, que mira atento y percibe entre el marasmo
dominante cierto equilibrio, una imprecisa intención, algo así como
un atisbo de orden. Seguramente esas dos armas, la mecánica y la
mental, han sido decisivas para “pegar” a Carlos
Traspaderne a un territorio privilegiado del que ha hecho un retrato
completo (el del campo y el de su difícil costura con la confusa
periferia urbana), a la distancia justa y con la mirada desapasionada
y sistemática de un forense.
En el centro está el
árbol protector, y todo crece a su sombra, todo se desparrama en
torno a él. Ahí nace una arquitectura sin arquitectos, sin visados
ni permisos, de volúmenes crecidos por acumulación, primarios,
esenciales. Como por ensalmo se ha llegado a la posmodernidad
espontáneamente, sin que por aquí, ni de lejos, haya pasado, ni de
visita, la modernidad. En cualquier rincón te encuentras la casa de
Frank Gehry en Santa Mónica o una instalación de arte povera digna
de Mario Merz, y la estética del art brut es la tendencia dominante
(por los siglos de los siglos y sin perspectiva de cambio) en ambas
márgenes.
Es el reino del reciclaje y lo
biodegradable (sujeto a las previsibles crecidas destructoras con la
vuelta inexorable al punto de partida, pero con el suelo enriquecido
y renovado incansablemente): barro, paja, cañas, cantos rodados,
lonas, uralita y una especial torpeza para todo lo que tenga que ver
con el encofrado.
Su carácter básicamente estacional
y su virtuosa adaptación a la necesidad y la urgencia aproxima estos recintos a
la irregularidad de los cobijos efímeros y transitorios de los
recolectores prehistóricos, como una evidente pervivencia neolítica.
Estos lugares son el observatorio privilegiado para apreciar
pormenorizadamente el crecimiento y la belleza inagotable de una
planta de alcachofa alzada y de las estrellas y lunas libres de la odiosa
polución lumínica de las urbes, por no hablar de las placenteras
posibilidades del sosegado cultivo de la soledad y el deleitoso
trabajo manual, además de posibilitar la elegancia social de recibir a
los amigotes para merendar en ambiente distendido.
Brindan lo de siempre: cobijo, alimento y distracción, y últimamente una posibilidad especulativa
al convertir la paupérrima caseta de aperos en recalificado chalet
de dos plantas, transformando su conjunto en caótico barrio residencial. Eso los
liga a los imprecisos límites de un paisaje urbano
desconsideradamente deteriorado, refractario no sólo a la belleza
sino al mínimo decoro. Como si tanto trabajo en ordenar
las primorosas huertas hubiera desecado a los “riberos” de sus
naturales capacidades para el buen gusto, el sentido estético y el
estudio y aplicación provechosa de las acertadas soluciones que
recibieron de la tradición y de sus antepasados.
En ese territorio sin ley (o con poca
y cambiante a conveniencia) se sigue la misma estrategia de siempre: aprovechamiento y acumulación, con especial atracción por las
ruedas y las caravanas, porque hoy estamos aquí y mañana, ¿quién
sabe dónde? Eso es el progreso: cables y ruedas.
Carlos Traspaderne. Balcón. 2016. |
El hermoso (y desasosegante) trabajo de Carlos Traspaderne es un extraordinario documento fotográfico sobre un territorio en profunda transformación (a pesar de su apariencia congelada en el tiempo se va despoblando y empobreciendo aceleradamente en beneficio de las ciudades y sus depredadoras dinámicas económicas) y está en consonancia con una literatura cada vez más abundante e influyente (Llamazares, Labordeta, Sergio del Molino, Paco Cerdá, Emilio Gancedo,...) que habla de un mundo (el de la rica y variadísima cultura popular española) que irremediable y estúpidamente se pierde para siempre. La cosa es más grave, mucho más grave, que la mera alabanza de la aldea. En ese sentido Riberia tiene cierto aire de distopía postapocalíptica, porque, ¿qué peor apocalipsis que el abandono criminal?
Los registros de Carlos Traspaderne son precisos, elocuentes y desapasionados, y podrían equipararse al trabajo de los equipos de la FSA que fotografiaron la deprimida vida rural americana (siendo especialmente acordes con las obras de Dorothea Lange y Walker Evans en su afán por contar las vidas y sus precarias condiciones retirando del escenario a los protagonistas). Ese tono "deshumanizado" y "antiestético" me recuerda también a alguno de los mejores disparos de los fotógrafos-exploradores que documentaron "cómo se ganó el oeste."
Los registros de Carlos Traspaderne son precisos, elocuentes y desapasionados, y podrían equipararse al trabajo de los equipos de la FSA que fotografiaron la deprimida vida rural americana (siendo especialmente acordes con las obras de Dorothea Lange y Walker Evans en su afán por contar las vidas y sus precarias condiciones retirando del escenario a los protagonistas). Ese tono "deshumanizado" y "antiestético" me recuerda también a alguno de los mejores disparos de los fotógrafos-exploradores que documentaron "cómo se ganó el oeste."
Riberia, enmendémosle
ahora la plana a Heródoto, es también el fruto de los ribereños
luchando contra el Ebro, un padre Ebro que quita y que regala. Y ese
dinámico y desigual combate se está dando por perdido por vergonzante abandono
de uno de los contendientes. Todo aquí es humano, demasiado humano,
y, como tal, efímero. Somos agua (especialmente los de regadío) y
estamos de paso. Nada quedará de todo esto, salvo las acequias y los
regatos, que aguantarán, como poco, otros mil y pico años.
Carlos Traspaderne. Escalera. 2014. |
Y al fondo, tras la ruina, seguirá la frondosa chopera,
inmenso caudal de madera ascendente cargada del canto de los pájaros.
Carlos Traspaderne
Riberia. 2012-2016
Aloha editorial
Madrid, 2016
Carlos Traspaderne
Riberia. 2012-2016
Aloha editorial
Madrid, 2016
Everybody Knows This Is Nowhere
ResponderEliminar¡Gracias por tu agudeza, querido Pachi! Y lo mejor es que me siento reflejado en cada palabra, de verdad...
ResponderEliminarGracias a ti. Tu trabajo es extraordinario, admirable.
EliminarOjalá funcione muy bien el libro.
la verdad es que es una bomba.vi la exposicion en el centro riojano de la juventud y disfrute un buen rato.gracias a los dos.love
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