Resulta chocante que, habiendo tantas posibilidades y variantes donde elegir, con tantos palos y estilos, todos los
conciertos flamencos acaban por parecerse. Tanto -más allá de la
categoría e inspiración de los intérpretes- que resultan
prácticamente iguales: una serie de cantes y formas que se repiten
previsibles, como un establecido canon del gusto o la moda de la época.
En un ciclo de seis conciertos no solo se repiten las formas cantadas
y prácticamente en el mismo orden, sino que a menudo reaparecen las
mismas letras.
Por eso resultan tan atractivos los
recitales en los que algo se sale de la norma, y se escucha cualquier cosa infrecuente o cantada de manera diferente.
Antonio Chacón acompañado por Javier Molina, con Bombita y Belmonte entre el público. |
En la actuación de Carmen de la Jara
hubo lo suficiente de sorpresa como para que el respetable se fuera
contento a casa tras una cerrada ovación de despedida.
Empezó cantando un precioso martinete
(“Veinticinco calabozos tiene la cárcel de Utrera; veinticuatro he
recorrido: el más penoso me espera”) seguido de las soleares de
“los Mellizos”, muy acompasadas y emotivas, y una brillante
guajira llena de cadencias y aromas cubanos (“de Cuba te traigo,
paisano, coplas de La Habana Vieja que en Cádiz se hicieron
tangos”). Ruven Afanador. |
Eugeni Forcano. Por bulerías. Canet de Mar, Barcelona. 1963.
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Diego del Gastor. |
Estuvo muy bien acompañada a la guitarra por Antonio Carrión, imaginativo y preciso, muy técnico y siempre pendiente de la cantaora. "Citó", además de a Diego del Gastor, a Isaac Albeniz, igual de bien y con la misma pertinencia, y estuvo superior por soleares y seguiriyas, y siempre derrochando compás, formó un equipo de precisión con Diego Montoya, todo un portento de ritmo, marcando tan ajustado y seguro como un metrónomo: un espectáculo en sí mismo.
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