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miércoles, 23 de mayo de 2018

Más ruido, por favor

El lechero ataca de nuevo con su "ruido secreto"
Acojonante.
El Mundo Today, fiel a su vocación de pegarle la oreja a la actualidad venga de donde venga, acaba de difundir la primicia con alarde tipográfico y a todo color. Y es que la cosa no es para menos. Una vez agotadas las notables posibilidades de la veta rancia en las programaciones de los festivales neoretropostvanguardistas (la linea Raphael, Los Chunguitos, El Fary, Camela, Marta Sánchez, Monedero,...) volvemos por donde solíamos, que es lo electrónico y lo concreto. ¡Una nevera vieja será cabeza de cartel de la próxima cita del Electromad! 

Scoop de lo que viene siendo la noticia.

Dado el tradicional mimetismo que rige a los organizadores de tan selectos y novedosos eventos se avecina un tsunami de conciertos protagonizados por zumbidos de instalaciones eléctricas, ladridos de perritos abandonados por las vecinas, gorjeos de palomas y pichones, portazos de garaje, demoliciones varias, chasquidos de ascensores como de cadalso, camiones recolectores de vidrio reciclado, segadores mecánicos de hierba, apasionados debates televisivos, tractores 4X4 a toda mecha y lo que nos echen.

Cartel de otro tumulto.

Seguro que siempre habrá un concejal convenientemente disfrazado que lo justifique evaluando con cifras incontestables su aportación a la riqueza de los grupos de presión de la hostelería local y por su estrecha vinculación con la cultura vernácula del pintoresco paisanaje al que tanto quiere y tanto le debe.
Fotograma del vídeo de Lawrence Abu Hamdan titulado The All Hearing, 2014.

viernes, 5 de septiembre de 2014

La música está servida


A veces no es apropiado que el cartel aspire a ser un grito. Según lo que pretenda contar, a quién y dónde, puede que sea más conveniente y eficaz optar por la voz baja de la conversación amigable, de la sugerencia cómplice, del amable consejo.
Gabriel Santolaya y Mario San Juan han sabido poner a lo largo de su brillante vida profesional la voz adecuada y el énfasis preciso en mensajes muy variados para iniciativas de toda índole. Hoy acuden a miracomosuena por uno de sus puntos fuertes, en el que han creado escuela y marcado el nivel: los carteles en los que se anuncian asuntos culturales. 
Selecciono, por afición y porque sirven para reflejar su amplio abanico de procedimientos y soluciones, una serie completa dedicada a la música antigua.


En ella vemos (y escuchamos, si nos fijamos bien) una inmensa variedad de recursos dentro de una sensibilidad identificable, de una "imagen" distintiva del ciclo y del equipo de diseño.
Esa capacidad para "sintonizar" con las características del encargo y con el cliente no es, lamentablemente, demasiado frecuente.
En este caso, como en muchos otros protagonizados por Mario San Juan y Gabriel Santolaya, los diseñadores se han convertido en privilegiados "intérpretes" de esa necesidad de comunicación y han puesto a disposición del festival todo su amplio y sofisticado repertorio.
J.S. Bach. Bourrée BWV 1010. Jordi Savall. 
Les voix humaines. Alia Vox, 1998.
Y en el recuerdo del público y de los músicos quedan, junto a sonidos y situaciones singulares, las imágenes que los convocaron al encuentro.
(Imagen añadida en 2023, con motivo de la exposición de los veinticinco carteles.)








viernes, 22 de agosto de 2014

Cita con el jazz en Munilla

Andrea Motis, con Josep Traver y Joan Chamorro. Munijazz, 15.08.14. Foto: F.G.


Munilla es un hermoso lugar lejos de casi todo.
A lo largo de su historia ha desarrollado una importante actividad industrial, y, como consecuencia lógica de ese dinamismo, notables movimientos asociativos (para muestra, la presencia de una delegación de sus obreros en el congreso constituyente de la Confederación Nacional del Trabajo en la movida Barcelona de 1910) e interesantes iniciativas culturales.
Entre estas, viene destacando en los últimos once años un festival de jazz tan atractivo como modesto, dotado con escasos recursos económicos que son suplidos por amor al pueblo, con muchas ganas, buen gusto e imaginación por un pequeño equipo de la Asociación de Amigos de Munilla liderado por Jesús Montiel (una especie de discreto Charlie Mingus, dirigiendo e impulsando a la banda desde atrás).

Jerez-Texas: Jesús Gimeno, Matthieu Saglio y Ricardo Esteve. Munijazz, 16.08.14. Foto: F.G.
El Munijazz ha demostrado siempre especial interés por los valores musicales emergentes, algunos todavía en periodo de formación en escuelas y conservatorios, pero siempre con un alto nivel artístico ya contrastado. En su undécima edición esa intención se concretó en una programación exigente (en cuanto a la calidad) y asequible (en cuanto a las propuestas estéticas), dos condiciones muy adecuadas -sobre todo cuando se dan juntas- en un festival dirigido a un público muy variado que se desarrolla en espacios de acceso gratuito.
Haciendo un alarde de capacidad logística y organizativa, Munijazz había previsto tres escenarios muy distintos: uno al aire libre (bajo el tupido manto de las estrellas y con el confort de mesas y sillas donde tomarse "algo" o comer algún dulce preparado por las adolescentes golmajeras) en la Plaza de San Miguel, donde actuaron Andrea Motis con el grupo de Joan Chamorro, y el trío Jerez-Texas
Maracas para dos: Hasier Oleaga y Raúl Romo. Munijazz, 15.08.14. Foto: F.G.

otro en un precioso salón del vetusto casino (observados los concurrentes por los fundadores y mecenas de la sociedad desde sus imponentes retratos), donde Maracas para dos organizaron una fiesta, y un tercero en la iglesia de Santa María en el que el trío de Isabel Bermejo estuvo rodeado por una hermosa colección de retablos barrocos con un nutrido santoral asombrado por la devoción del público y por la acústica del lugar (que probablemente nunca se había visto en otra), muy apropiada para las características del repertorio.
Isabel Bermejo, con Ramón García y Alberto Beriain. Munujazz, 16.08.14. Foto: F.G.
La oferta musical, muy variada (desde el funk y el hard-bop a los standards, pasando por imaginativas fusiones "viajeras") resultó excelente, por la solvencia de los intérpretes y su entusiasmo contagioso. Seguro que algo tuvo que ver el trato que reciben de los organizadores, que logran un ambiente distendido y acogedor, propicio para que los músicos lleguen acompañados por sus familias, se relajen, y, entre concierto y concierto, se encuentren con otros músicos y desconecten del mundanal ruido, con la fresquita asegurada.

El público abarrotó los recintos, y disfrutó (en muchos casos en amplios grupos familiares con nutrida presencia de niños y jóvenes) de las músicas y del buen ambiente conseguido.
Admirable. 
Que se repita muchos años.


Publicado en Rioja2 el 22.08.14.

martes, 17 de junio de 2014

¿Les gusta el jazz a los programadores de jazz?


Hans Michel & Günther Kieser. 1964.

Si nos atuviéramos exclusivamente al contenido de lo que programan (lo que no es mala cosa, porque en esto, como en todo, por sus obras hay que conocerlos), podríamos deducir que a los programadores de festivales de jazz les gusta poco el jazz. Al menos le dan una importancia relativa y decreciente, supeditada a las “estrellas” de otras constelaciones y relegado a espacios y franjas “de prestigio” pero secundarias en cuanto a presupuesto, promoción y proyección mediática. Cuanto más grandes sean los festivales de jazz, menos jazz programan, y la tendencia no cesa de empeorar.
Hubert Hilscher. 1972.
Empezaron por abrir el abanico a músicas complementarias, o a aquellas que estaban en la base de su lejano y tumultuoso origen, para ir sumando paulatinamente a artistas cada vez más tangenciales, o a proyectos más o menos “experimentales” con músicas de raíz, hasta llegar al protagonismo de artistas ajenos que lo único que aportan es popularidad y, en el mejor de los casos, taquilla. 
Milton Glaser. 1983.
Probablemente esta chocante situación sea el final de una crisis (larga) de crecimiento, una especie de hipertrofia anómala debida a decisiones tomadas hace tiempo, en épocas de vacas gordas. Ahí van unas cuantas: 
Günther Kieser. 1969.
Recurrir a grandes espacios exige una superproducción costosa y grandes gastos en iluminación y sonido para poner en valor (no siempre adecuadamente) las características de un producto sonoro tan sutil como volátil. 
Roberto Turégano. 1984.
Esa sobredimensión exige unos gastos que acaban por condicionar la autonomía de un proyecto cultural, que necesita para financiarse sumar a otros agentes con estrategias distintas, a menudo ligadas a la promoción territorial o comercial, o al consumo masivo.
María Laredo. 1976.
Eso implica que los benevolentes patrocinadores de los comienzos se hayan ido convirtiendo en ávidos promotores, propietarios de la marca y su futuro, que programan a la medida de sus intereses económicos. Como diría un castizo, se quieren alzar con el santo y la limosna. 
Atelier Martino & Jaña. 2012.
Tales desembolsos determinan unas expectativas de ingresos por venta de entradas y de derechos de imagen y de afluencia de visitantes que difícilmente se van a lograr con artistas de la órbita del jazz, extraordinarios pero poco conocidos salvo entre un reducido grupo de aficionados.
Hay, por tanto, que echarse en manos del “negocio del espectáculo”: músicos “populares”, géneros masivos, afluencias de espectadores acordes con la inversión, cuota de presencia asegurada en los medios de comunicación, venta de cervezas y mercaderías, y una larga serie de factores extramusicales. El jazz, sus creadores, son los menos beneficiados de esta reconversión. 
David Lance Goines. 2008.
¿Dónde queda el jazz? Demasiado a menudo en manos de aficionados que se la juegan favoreciendo la música en directo en pequeños locales que hacen posible el contacto y el milagro.
¿Por qué mantener, entonces, esa referencia jazzística en citas que hace tiempo dejaron de serlo? Exclusivamente por aprovechar marcas comerciales consolidadas, el marchamo de prestigio y sofisticación de una música asombrosa y el peso (muy llevadero) de una historia gloriosa. El jazz es, utilizando un título de Miles Davis, el reclamo. La coartada. 

Keith Haring. 1983.

Mientras tanto, en el “mundo real” de la provincia, la cosa va como puede. Un efecto colateral de la actual crisis es que se ha reducido drásticamente la demanda de contrataciones, y como consecuencia los costes añadidos meramente especulativos se han ajustado, recortándose notablemente los cachets globales. Seguro que ni los gastos de viajes, ni el “manageo”, ni la intermediación habrán desaparecido, así que cabe suponer que el palo, al final, se lo llevarán una vez más los músicos. 

Eberhard Marhold. 2001.
Ahora viene bien ser pequeño y no tener demasiada prisa, ser flexible y poder esperar hasta que queden fechas colgadas que han de colocarse a la baja. Y prescindir, como siempre, de primicias y exclusivas. Un lujo (dudoso) para otros. 
Milton Glaser. 1977.
Y, como siempre, o más que nunca, ser pobre se puede convertir en una bendición: no queda más remedio que cultivar la afición, informarse de lo que hay, elegir lo mejor posible, aprovechar la oportunidad, negociar con paciencia y amoldarse. Un standard, hablando de jazz. Todo un clásico, en cualquier género.
Günther Kieser. 1973.


(Publicado en +JAZZ 2014)






martes, 27 de agosto de 2013

Bert Stern, más allá de Marilyn Monroe

Resulta paradójico (y hasta parajódico, que es más y mucho peor) que el momento más dulce en la vida de un brillante creador polifacético llegue a convertirse para el público masivo en el cliché reduccionista donde se disuelve cualquier otro mérito, y que, a partir de ese momento, su trayectoria de éxito profesional se deslice aceleradamente hacia la vorágine autodestructiva. Esto, más o menos, es lo que le pasó a Bert Stern el día en que Marilyn Monroe aceptó posar para él en la sesión más célebre de la historia, que ha pasado a la mitografía como The last sitting.
De su apasionada biografía se hizo una interesante película documental que reflejaba con oportuno acierto las similitudes entre el personaje real y los "heroes de celuloide" de la serie que tan acertademente cuenta las ficticias existencias (aunque muy bien documentadas) de los publicistas de Madison Avenue.
Cartel original de la película de Shannah Laumeister. 2011.
Cabe considerar a Bert Stern como un clásico de la fotografía, especialmente destacado en los ámbitos de la moda, la publicidad y el retrato, un artista siempre original y muy interesado por captar el movimiento, igual en las pasarelas que en el ballet o en los entornos de los estudios cinematográficos. 
De la sesión del Hotel Bel-Air de Los Ángeles se ha hablado tanto que quizá sea demasiado: lo mejor, en mi opinión, el enamorado canto a la belleza que hace Stern y el valor que demostró Marilyn al aceptar tan arriesgado tour de force sin red (2.571 fotografías libérrimas); a otro nivel, una serendipia: el atractivo gesto del rechazo sobre los contactos descartados.

Lo peor quedaría para la comercialización morbosa y para el cultivo chismográfico redundante y cansino, que ha recibido otra vuelta de tuerca tras la reciente muerte del fotógrafo.
Pero, aunque Marilyn nos siga deslumbrando, merece la pena que nos fijemos en una faceta del trabajo de Stern menos conocida, tan admirable y probablemente más influyente en el restringido ámbito de la dirección de películas sobre música. Se trata de Jazz on a summer day, documental rodado en el festival de Newport de 1960 (sólo dos años antes del fatídico encuentro entre la mariposa y la llama), coincidiendo con las regatas de la Copa América (circunstancia feliz que le permite demostrar las similitudes que existen entre navegar y hacer música: se trataría, esencialmente, de gobernar el timón y dejarse llevar aprovechando viento y mareas).
Ya solo la secuencia inicial, con los créditos sobreimpresionados en las arcoirisiadas aguas danzantes del puerto y el ondulante saxo de Jimmy Guiffre, justificaría el visionado. 
Pero la película es mucho más: es un estudio sobre la necesaria relación entre los músicos y el público; es una oportunidad para demorarse en cualquier rincón donde aparezca la belleza espontánea; es un retrato del swing natural  de los cuerpos; es la ocasión para ver a Thelonious Monk (y a un largo montón de "perseguidores") en su mejor momento; es un alarde técnico de fotografía, con iluminación artificial o bajo el sol radiante; es la demostración de que el montaje no tiene por qué ser manipulador; es la deslumbrante fotogenia del buen gusto.
Y, pasado más de medio siglo, el documento nos sirve también para comprobar cómo han cambiado (¿para mejor?) vestimentas y modales, y las actitudes del público en los festivales, y los propios festivales (porque hubo tiempos en los que el contenido de un festival de jazz eran grupos de jazz, y no cualquier cosa que asegure la taquilla).

Muchas de las imágenes de la película nos recuerdan a otras que hemos visto antes pero que casi siempre son posteriores. Quizá se deba a que son imágenes "naturales". Sin duda a que son las de un maestro, que en esta ocasión contó con el asesoramiento musical de George Avakian.
Y para terminar, un regalo: Louis Armstrong fotografiado por Bert Stern para un anuncio de prensa de Polaroid.
 Campaña de Helmut Krone para Polaroid. ¿1960?




A pesar de la sonrisa satisfecha del aficionado y de lo fácil que lo pone Polaroid, no es sencillo hacer una fotografía así.