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Ilustraciones de un libro persa sobre demonios, hechizos y astrología. 1921. |
Entre los muchos olvidos cultivados en su exilio, ella había arrinconado el recuerdo de cómo, a lo largo de los años que había dormido en aquella cama, en esa habitación, la niña y la joven que una vez había sido jugaron a descubrir figuras grabadas por la humedad, el polvo y los deseos en ese mismo techo. Había visto cuerpos íntegros o incompletos de animales, esbozos de objetos, figuras a las que su fantasía daba alguna identidad: un cohete, una media luna, una mariposa...Solo con el abuelo Quintín había hablado de aquellos hallazgos, y había sido él quien la colocara en el camino de lo que sería su vida: dibújalos, le dijo, y ella comenzó a reproducirlos en uno de los cuadernos, ya amarillentos, que el anciano había hurtado de la quincalla de Flora el día de la intervención y que, exigiéndole la complicidad del secreto, le regaló.
Y en su casa en el exilio guardaba varios de esos vetustos cuadernos grabados con esas y otras estampas (castillos, palacios, ciudades imaginarias), y los preservaba como un tesoro, aunque, como buenos tesoros, los había enterrado. Ahora, sin embargo, era capaz de asegurar que nunca había encontrado una imagen tan definida como la de esos ojos sonrientes, empeñados en descolocar sus defensas y advertirle algo que ella tanto había tratado de ocultar." (...)
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