Unas veces se recurre a dar o quitar el nombre a una calle o a erigir o demoler una estatua ecuestre, y otras al achatarramiento mediante apisonadora de las armas confiscadas durante décadas a las organizaciones terroristas, con una puesta en escena que, de haberla firmado Santiago Sierra, habría tenido mucho más éxito mediático y mayor reconocimiento crítico (¿o acrítico?) y, por supuesto, económico, porque el mercado lo traga todo.
Pero dónde no llega la ambigüedad de las imágenes se impone la inapelable claridad de las palabras, recordando lo evidente: "quien entrega las armas acepta la derrota".
Y, luego, obrar en consecuencia.
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