lunes, 11 de abril de 2016

David de Jacoba: quejío de valentía

David de Jacoba.

Va teniendo mala suerte en Logroño el cantaor David de Jacoba. En su primera visita -hace un año, acompañando a José Maya-, un micrófono inalámbrico incomodó su lucimiento, aunque demostró que tiene una hermosa voz, capaz de la mayor dulzura y el más doliente sentimiento.
Ahora, ya de protagonista y acompañado al toque por su hermano, Carlos de Jacoba, volvió a estar incómodo con el sonido y no encontró “su sitio” hasta bien avanzado el concierto. Quizá la causa fuera una evidente congestión que le impedía sentirse a gusto y relajado. 
Robert Peter Napper. Gitanos cantando a la puerta de una venta. Circa 1860.
Respiraba mal, y la falta de ventilación adecuada limitaba su técnica y sus capacidades expresivas, obligándole a una excesiva “nasalización” que a menudo dificultaba la comprensión de las letras. El caso es que su reconocido valor principal, ese precioso metal vibrante de su personal voz, madura en plena juventud, nos lo perdimos en buena medida. No obstante, tuvo mérito el pundonor de ponerse ante el público sin alegar excusa alguna, seguramente con la pesadumbre añadida de pensar en cómo evolucionaría la enfermedad a lo largo de la breve gira del norte que le quedaba por delante.
Robert Peter Napper. Joven gitano. Circa 1860.

¿Es mejor (como resulta normal en cualquier otro tipo de música) suspender un concierto cuando el intérprete no puede ofrecer al público en perfectas condiciones todo lo que tiene y lo que sabe, o afrontar la cosa como venga, porque “el espectáculo debe continuar”? El aficionado al flamenco, que suele ser muy exigente para muchas cosas, también es entrañable, y agradece el esfuerzo y valora el coraje del artista golpeado por la adversidad o el infortunio. Un arte que tiene un esencial componente sentimental no podía ser ajeno a estas debilidades tan humanas, sobre todo si las letras, como en esta ocasión, cantan un cúmulo de desgracias y penalidades sin fin.
Retrato del gitano Chorrojumo, en Granada. Autor desconocido. Circa 1900.
El repertorio, a pesar de todo, fue amplio y exigente: cantó tonás, alegrías, unas preciosas malagueñas (en las que mantuvo, pese a todo, su gran capacidad expresiva, tan flexible), tarantas, una soleá y bulerías por soleá (en las que se lució Carlos a la guitarra, toda la noche más preocupado por hasta dónde tenía que bajar para recoger y mantener vivo al cantaor que de su propio lucimiento). Para despedirse, sus seguiriyas tituladas La Ragua (en las que resultó tan significativo como conmovedor el comentario, como para sí mismo, que hizo al presentarlas: “y a ver lo que pasa”, como de quien afronta una responsabilidad ineludible de manera fatalista), y de propina, ya con el morlaco encarrilado, unos vibrantes fandangos y el Romance de valentía, de Quintero, León y Quiroga, en plan torero y reivindicándose de tal manera que pareciera el protagonista de tan tremenda letra.
Robert Peter Napper. Grupo familiar de gitanos. Circa 1860.
El concierto resultó muy especial, prevaleciendo lo emocional sobre lo artístico. Su precioso timbre habitual sonó sordo. Perdida su capacidad en los agudos y muy mermada la necesaria flexibilidad, limitado en adornos y floreos, resultó mejor cuanto más doliente, más convincente cuanto más esforzado. Lo apostó todo al carácter y al pundonor, y acabó ganándose el corazón del respetable. Cosas del flamenco. Ojalá que haya una nueva oportunidad en la que pueda demostrar, en perfectas condiciones, todo lo que sabe y lo bien que canta.


David de Jacoba
Guitarra: Carlos de Jacoba
Salón de Columnas del Teatro Bretón
7 de abril de 2016


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Argentina
Luis "El Zambo"
Guadiana
Rocío Márquez



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