martes, 5 de septiembre de 2017

Si mal no recuerdo...

El abuelo Cebolleta. Homenaje de Max a Vázquez. Babelia. 2014.

Invitado por Luis Español y Pedro Santana, este verano participé en un curso de la Universidad de La Rioja y el Ayuntamiento de Logroño que trataba sobre la Universidad española en el último tercio del siglo XX, formando parte de una mesa redonda compuesta por ex-alumnos de distintas épocas del Colegio Universitario de Logroño. Por si pudiera ser de interés para alguien reproduzco mi aportación, y, por hacerla más llevadera (es decir: menos indigesta) la presentaré en dos entradas de miracomosuena. Vamos allá.



"Estudié los tres primeros cursos de Historia en el Colegio Universitario de Logroño formando parte de su segunda promoción, y lo que pretendo contaros en poco más de un cuarto de hora es mi particular recuerdo de una enriquecedora experiencia personal, depurada por la distancia y el olvido, sin nostalgia y sin la menor pretensión de imposible ecuanimidad.
Para la mayor parte de aquella generación el paso por el CUL en el contexto convulso de los estertores del franquismo coincidió con el despertar a la vida crítica, a la participación directa en la política en sentido amplio y al conocimiento interesado por una serie de asuntos (culturales y sociales, aunque no solo) que cambiaron nuestra vida para siempre, e indudablemente para mejor. Como veis, nos pasó lo mismo que, según cuentan, le sigue ocurriendo a cualquier joven que accede a otro nivel de estudios y a otro tipo de relaciones y compromisos, y nosotros vivimos, como ellos ahora, el deslumbrante interés de todos los comienzos, aunque en nuestro caso con el impagable estímulo añadido de avanzar por un territorio inexplorado y con escasas normas, un embrión de universidad que debíamos ayudar a construir sin un modelo digno de confianza.

Pegatina diseñada por José Miguel León y Jesús López-Araquistain. Circa 1976. 
También sirvió, como demuestran las brillantes carreras profesionales de bastantes de aquellos compañeros, como un excelente vehículo de promoción individual, movilidad social y beneficio comunitario. Se abrió entonces una posibilidad real para buena parte de la población logroñesa y riojana, hasta entonces inabordable por incapacidad económica, de acceder al primer ciclo de algunos estudios superiores, ampliando en buena medida el estrecho panorama limitado hasta entonces en la ciudad a los estudios de Magisterio, Peritajes y Enfermería. Y sirvió, modesta pero muy especialmente, para mover un poco el caldo gordo en el que dormitaba la vida local (toda ella, y muy especialmente la cultural y académica), sometida inveteradamente al más pedestre adocenamiento. Esta miseria material y moral tiene en nuestra región las características de una pulsión reaccionaria que, al menor descuido y a pesar del tiempo pasado, sigue sacando la patita en cuanto puede. Sus características han sido muy bien analizadas y descritas (como vividas, estudiadas y padecidas) por Manuel de Las Rivas y por Bernardo Sánchez, y por ello no voy a entrar en esta ocasión en pormenores.


 Dos portadas de discos de Víctor Jara, parte de la banda sonora de la época.


Todo estaba presidido por la provisionalidad. Estábamos inmersos en un proyecto en marcha, aunque sin una dirección explicita conocida, con pasos poco claros, a menudo contradictorios y casi siempre confusos. Cuando la Diputación Provincial solicitó en 1971 la creación de una plataforma de estudios superiores, lo que pedía era “Ciencias y Derecho”, lo que sin duda está bien como emblema heráldico, pero resulta bastante vago como definición de un proyecto universitario. No había ninguna planificación: ni descripción de objetivos, ni memoria económica, ni previsiones de crecimiento y expansión, ni certidumbre sobre la imbricación del nuevo centro en el marco universitario general. Se trataba de un proyecto voluntarista impulsado a varias bandas por diversas facciones de la clase dominante que no tenía garantizada la pervivencia ni unas condiciones de desarrollo que aseguraran su viabilidad, con un Patronato y unos órganos de gobierno (que no de decisión, en buena medida desconocidos) llenos a partes desiguales de la pujante ilusión de unos pocos y del remolón obstruccionismo de la mayoría, ligados al poder franquista fragmentado y enfrentado que sentía que las cosas iban a cambiar pero que no estaban por facilitar la labor. Las rémoras y la caspa abundaban, y aspiraban no solo a prevalecer sino a fijar el rumbo. Lo único que estaba claro es que aquel proyecto no se concibió para cambiar las cosas, como se fue viendo en la larga marcha de los veinte años de provisionalidad.
Lo que no está bien definido suele venir acompañado por las ocurrencias. Mis tres cursos universitarios logroñeses duraron dos y medio por obra y gracia de un Ministro nombrado por el almirante Carrero Blanco, Julio Rodríguez, miembro del Opus Dei y procurador en las Cortes franquistas, que pretendió equiparar el curso académico con el año natural, dando comienzo al curso en enero de cada año y finalizando en navidades. Así que lo que tenía que empezar en octubre de 1973 comenzó en enero de 1974, terminando a finales de junio, porque el llamado “calendario juliano” cayó en desgracia a la vez que su promotor. Afortunadamente, se puede aprender de todas las cosas y en cualquier situación, y seguro que la mayoría aprovechó muy bien las vacaciones sobrevenidas. 

Revista Ajoblanco. 1976.
Todo estaba sujeto a cambio, y así lo que se preveía como un primer ciclo de dos cursos se convirtió en tres sobre la marcha, y donde entramos como estudiantes de Filosofía y Letras salimos con el aprobado de un ciclo de Geografía e Historia o de Filología. Sobre la marcha cambiaban también los programas y exigencias de las asignaturas, unas veces por los recortes de fechas lectivas debidas a paros y huelgas y otras por tratar de salir airosamente de un atolladero: en nuestro caso, el movimiento más sorprendente fue la transformación de los contenidos de la asignatura de Latín en Historiografía griega y romana, en ese caso justificada por el ínfimo conocimiento que el aluvión estudiantil tenía de la lengua muerta. 
El Rrollo Enmascarado. 1973

También fue chocante la reaparición por sorpresa de Las Marías una vez comenzado el curso y aunque no figuraran como asignaturas en el momento de efectuar la matrícula. Tendríamos, como a lo largo del bachillerato aunque con otras denominaciones, educación física, religión y formación del espíritu nacional, y para esta última se contó con el falangista de guardia que ejerció de jefe de estudios, comisario político y dueño de la vara en los Institutos Marqués de la Ensenada y Hermanos D´Elhuyar, sobradamente padecido por la afición. La cosa acabó en motín, y como vino se fue y no hubo nada.
La provisionalidad era evidente en las insuficientes instalaciones, desbordadas ya en el segundo año de funcionamiento, desconociéndose cualquier previsión de financiación y desarrollo a medio plazo. La precariedad afectaba directamente a la escasez y estabilidad del profesorado, dependiente en su mayoría de la Universidad de Zaragoza y sujeto a frecuentes cambios, y siempre pendientes de renovaciones de contratos y suplencias, y condicionados por intereses profesionales ligados a sus proyectos de investigación y a su carrera docente o al humano interés por aproximarse al distante epicentro de los círculos de poder académico. El cambio de profesores era demasiado frecuente, y su llegada a Logroño no venía precedida del tiempo suficiente para preparar adecuadamente las clases, que a menudo se convertían en divertidos atolladeros, bastante crueles para los profesores afectados. Afortunadamente, y gracias a la generalización del uso de las fotocopiadoras, en esos casos se podía prescindir de la asistencia a las clases, que eran poco más que la lectura por el desbordado docente de sus apuntes de la carrera.
También repercutía en la insuficiencia de medios materiales, especialmente en las embrionarias bibliotecas desabastecidas, la precariedad de las aulas para prácticas, seminarios y grupos de trabajo, y en los espacios para actividad cultural inadecuados, obsoletos o directamente inexistentes. En el curso 75-76 el Colegio de Letras tuvo que cambiar de sede, trasladándose como inquilino subarrendado al seminario de los Padres Salvatorianos, con permanentes obras de adaptación en los insuficientes espacios alquilados. Era un edificio frio, destartalado e inhóspito, todo presidido por intocables símbolos religiosos. A pesar de tener unos amplios campos de deporte construidos para el desfogue juvenil en su pasada época de abundantes vocaciones misioneras, no eran accesibles para los nuevos huéspedes, que solo podíamos circular por los espacios acotados. La precariedad era tal que la única huelga que convocamos en esos tres cursos (más allá de los paros en solidaridad con las luchas obreras y estudiantiles, o las protestas por los frecuentes asesinatos) fue motivada por las ínfimas condiciones de las instalaciones. Una característica compartía la nueva sede con la que empezó a llamarse desde entonces Colegio de Ciencias: sus amplísimos pasillos, idóneos para la dispersión y la deriva, algo, como sabéis, esencialmente universitario.

Los alumnos del CUL asaltando los cielos. En concreto los de la colegiata de Murillo de Gallego. 1975.

Pero esas circunstancias de precariedad, pequeñez y movilidad trajeron de la mano ventajas inesperadas. En lo puramente académico, la presencia de algunos excelentes profesores que cumplieron una función revulsiva en muchos aspectos, poniendo en marcha y apoyando iniciativas transformadoras, no solo para los privilegiados alumnos del centro sino abiertas a toda la ciudad. Los más dispuestos y generosos ayudaron también a paliar las carencias bibliográficas del centro, y surgieron del préstamo y la conversación frecuente la posibilidad de relaciones encomiables entre profesores y alumnos, a media distancia entre un abierto seminario permanente y la provechosa tutela intelectual del mejor magisterio. La proximidad y el tamaño de los grupos facilitaba una relación fructífera, a menudo cómplice, y mucha confraternización, que a veces se ampliaba en horarios extraescolares peripatéticos por tugurios de merienda y porrón, como el viejo Soldado de Tudelilla, El porvenir, La bombilla y tantos otros.

Plaquette de una de las lecturas de Gil de Biedma en el CUL. 1976.
El Colegio propició la oportunidad de agrupación de iniciativas dispersas, creando dinámicas en buena medida voluntaristas y caóticas que empezaron a cambiar el carácter de la ciudad. En aquellos pocos años llegamos a acuerdos de exhibición cinematográfica con la Filmoteca Nacional, se editaron fanzines y revistas, se organizaron excelentes ciclos de conferencias con los mejores poetas, novelistas y filósofos, se montaron coyunturales grupos de teatro para representar lo irrepresentable, se organizaban viajes para ver cine y teatro, excursiones combinadas de geografía y arte, se crearon aulas de música, se inició una biblioteca sobre temas cinematográficos, etc. dinámicas que, me consta, pervivieron y mejoraron en los años siguientes. 
Ante las carencias de instalaciones propias (poco más que la polivalente Aula Magna del Colegio de Ciencias), recurríamos frecuentemente para proyecciones y conciertos a los salones de actos de los institutos y de Magisterio, y a la sala Gonzalo de Berceo. Todo era muy complicado, y, a pesar de la filantropía de buena parte de los participantes, proveedores e invitados, muy costoso para nuestra nula capacidad económica. Resultaba tan descorazonador como descacharrante solicitar a la autoridad gubernativa permisos para cualquier cosa, desde pasar las letras de las canciones que se iban a interpretar en un recital de cantautores para sometimiento a la censura a la tramitación de las proyecciones cinematográficas, por no entrar en las quiméricas solicitudes de asambleas o manifestaciones. Por supuesto, los escasos medios de comunicación locales ignoraban esas dinámicas, que solo se consideraban cuando trascendían a la ciudadanía para denigrarlas como disolventes. 
Autorretrato de Robert Crumb, muy influyente por aquellos años.

Todo era muy lento y siempre sujeto a accidentes: el envío de las bobinas de una película era una odisea en una época sin empresas de mensajería (y siempre sujeto a la incertidumbre sobre las condiciones de conservación de la cinta que se iba a encontrar el proyeccionista, casi nunca profesional), y la comunicación con los particulares (antes de la aparición de los medios electrónicos y de la generalización de la telefonía y sus posibilidades) llevaba muchísimo tiempo. El lado positivo de todo aquello era que se escribían muchas cartas, en las que había que contar con cierto detalle los proyectos e intenciones, y que casi siempre un par de ellas servían como contrato informal de absoluta garantía. 
Aprendimos mucho de la operativa colaboración con sindicatos y partidos, muy activos en aquella época en lo que llamaban “el frente cultural”, y que contaban con experiencia y arrojo y con la inagotable voluntad del “camarada oscuro”. La administración civil, ni local ni provincial, no era entonces interlocutor válido, y no lo fue hasta entrados los años ochenta, en los que los ayuntamientos democráticos empezaron a considerar los servicios culturales como derechos ciudadanos reconocidos por la Constitución y los gobiernos autonómicos apoyaron económicamente la creación y funcionamiento de equipamientos.
El dispar grupo de los estudiantes del CUL (en 1975, con tres cursos en marcha, seríamos unos 150 “humanistas”, algo menos que los “científicos”) estaba formado sobre todo por bachilleres de clase media con presencia equilibrada de ambos sexos, y adultos con carrera o sin ella que, vaya usted a saber por qué motivo, retomaban los libros. Yo coincidí en esos cursos con varios curas, con algún militar, con médicos y enfermeras, con economistas y agricultores, con técnicos de turismo, con pequeños empresarios, etc., que daban al conjunto un aire curioso, entre bizarro y cosmopolita. Resultaba chocante su presencia, sobretodo porque aquellos años coincidieron con la puesta en marcha de la UNED y la apertura de su sede en Logroño. Quizá eligieron el Colegio Universitario por la emoción del directo. También había un amplio grupo constantemente renovado de mujeres maduras que retomaban los estudios y la “vida civil” después del matrimonio y tras haber formado un hogar y puesto en marcha una familia. Resultaban, y siguen pareciéndomelo, admirables.
Entre el alumnado había grandes diferencias políticas, con una notable variedad nominalista de marxismos completamente paralizadora (en una amplia horquilla desde los neoleninistas hasta los prochinos), unos pocos libertarios más de actitud que de ideario, y criptofranquistas empezando el interminable viaje hacia el centro que solo se manifestaban en las asambleas y acompañados por invitados desconocidos. El aspecto externo de la grey juvenil tenía mucho más que ver con los protagonistas de los tebeos de los Freak Brothers que con las pulcras hornadas oxonienses, y entre las substancias consumidas, además del alcohol y las anfetaminas (tan ligadas a los atracones de última hora de los malos estudiantes) solo circulaba el hachís, con proveedores tan conocidos como tolerados. En esos años apenas hubo esbozos de sindicalismo estudiantil, y como en todos los recintos universitarios de la época, teníamos una agotadora tendencia a la asamblea, casi siempre tan larga como inoperante. 

The Fabulous Furry Freak Brothers, de Gilbert Shelton.
Entre las lecturas extraacadémicas tenían mucho más éxito Jack Kerouac, Lawrence Durrell, Jaime Gil de Biedma y Kavafis que Carlos Marx, Bakunin o Fernández de la Mora, y en cuanto a medios de comunicación, además y por encima de lo que se llamaba prensa obrera, se leía Triunfo y el diario El País, con cuya salida a la calle coincidimos.
Dos frases y un suceso pueden resumir aquel estado de cosas: la primera procede de un compañero hedonista que aspiraba a ser epicúreo, y que veía los males de la patria, y especialmente los del Colegio y los colegiales, en una sentencia digna de Wilhelm Reich. Decía así: “Aquí, lo que pasa, es que se folla poco, y lo poco que se folla es con mucho miedo”. Parece extraída de los coros del Marat-Sade de Peter Weiss.
La otra, igual de cierta y perfectamente complementaria, la emitió muy en serio un colegial en algún momento de desparrame colectivo, y la hicimos propiedad común más que como una aspiración como llamada razonable a no andarse permanentemente por las ramas. Decía “Menos cachondeo y más vida parroquial”, lo que, bien mirado, podría tener bastante que ver con Marco Aurelio y es digna de ser tatuada como memento en el brazo derecho de cualquiera.
Estas eran nuestras dispares coordenadas. En cuanto al suceso: como sabrán ustedes, Franco, contra todo pronóstico, murió. Los alumnos de tercero gestionábamos por esas fechas un bar en el Seminario Salvatoriano para recaudar fondos para un viaje de fin de curso a cualquier parte, pero la noticia conmocionó de tal manera al intelectual colectivo y a toda el alma mater que se liberó la barra y se avivó la vocación dipsómana del pintoresco personal que acabó ipsofacto con las existencias, con el beneficio acumulado y, para siempre, con nuestro amor al comercio.

Portada de Montxo Algora para la revista Star. 1976.
El hecho de que fuéramos pocos y mal avenidos y la circunstancia de que los órganos de gobierno fueran perfectamente desconocidos (prácticamente clandestinos) y escasamente operativos nos hacía vivir en una burbuja de gozosa permisividad y tolerancia sorprendente, en un tiempo en que cierres de facultades, expedientes y expulsiones eran frecuentes en el resto de España. La anomia era tal que, conforme fue avanzando el tiempo se fue haciendo más flexible todo lo relacionado con los permisos académicos y gubernamentales, y enseguida dejaron de pedirse sin mayor consecuencia.
En mi opinión aquella fase de ralentizado despegue de la nave universitaria riojana no fue tan admirable como dicen los cronistas áulicos en su interesado relato oficial y los desconocedores del contradictorio proceso que cuentan de oídas, ni tampoco algo despreciable en su conjunto. Pero, sobre todo, mucho cuidado con la épica. Allí la épica brilló por su ausencia. Hubo mucha miseria y bastante cálculo ratonero. Tanta, al menos, como entusiasmo y generosidad. O sea: la vida misma."


(Continuará pasado mañana con mis andanzas juveniles por Madrid. El que avisa no es traidor) 

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