jueves, 7 de septiembre de 2017

Me acuerdo perfectamente

Antonio Gabriel. Manifestación tras los asesinatos de Atocha. Enero de 1977.

Lo prometido es deuda. Aquí va la segunda parte de mi participación en el curso de verano L
a Universidad española en el último tercio del siglo XX, en el que se cuenta el ambiente en el que acabé la carrera. Gracias por vuestro interés y paciencia.

"Llegué a Madrid para continuar mis estudios de Historia Antigua y Medieval en unos años de plomo en los que convivían (a veces con una coordinación que superaba la mera realimentación) los crímenes de ETA y los GRAPO con los de la extrema derecha militarizada y financiada por los fondos de reptiles del Estado, todavía franquista. Quizá el punto culminante de esa terrible vorágine fue la matanza de los abogados laboralistas de Atocha y la masiva respuesta popular al crimen, que supuso un cambio de actitud de la clase política en su conjunto.

OPS. Recogido en Ovillos de baba, Castellote editor, 1973.

La Universidad Autónoma se había construido unos pocos años antes en unos terrenos alejados de Madrid, en la vaguada de Cantoblanco, mal comunicados y perfectamente controlados y sitiables por la policía, que había aprendido mucho de cómo prevenir y combatir las algaradas estudiantiles tras las experiencias insurgentes de 1968. Eran unos terrenos pantanosos comprados a un prohombre del Régimen franquista y construidos, caros y mal, por otros prohombres. (Aquello sí que era un Régimen: desconfiad de los clichés y de las imitaciones contemporáneas). Total que, por falta de cimentación y abundancia de agua, los edificios iban a la deriva, se agrietaban, se inundaban y, en el caso de las superficies mayores (bibliotecas, aulas magnas, espacios culturales, …,) tuvieron que cerrarse por riesgo de hundimiento.
El resto de espacios, incluidas las aulas, estaban reforzadas y llenas de testigos de yeso que certificaban el constante desplazamiento. Todas las ventanas de las plantas bajas estaban cerradas con barrotes fijos, y la sensación era poco tranquilizadora, entre jaula e inmensa ratonera. En pleno campo y rodeada de verde, allí se celebró el llamado Recital de los Pueblos Ibéricos, organizado por la Federación de Asociaciones Culturales de la Universidad de Madrid, que reunió a 50.000 personas, cifra record para un festival de música popular. Pero el lugar, a diario, era tan inhóspito y falto de servicios que no invitaba a permanecer en él una vez acabadas las clases.

Portada de la revista Triunfo. 1976.
Yo venía de un pequeño colegio universitario con grupos de 30 o 40 alumnos y llegué a una universidad emergente en la que compartí las clases de cuarto con otros cinco alumnos y las de quinto con una docena. Un auténtico lujo como “ratio”, pero la relación se limitaba a las clases porque no había ninguna otra posibilidad. La vida universitaria estaba lastrada por sus defectuosas instalaciones, su aislamiento y los frecuentes cierres originados por causas políticas, solidarias o de reivindicación académica. El enfrentamiento entre el profesorado era encarnizado, y todavía se notaban los efectos del cierre del Departamento de Filosofía y la expulsión del catedrático Carlos París por el rector Julio Rodríguez, ya mencionado por su fracasada propuesta de calendario académico. También seguía fresco el recuerdo de la expulsión de Fernando Savater. 
Ramón Bilbao. Abrazo. 1976.

Mis profesores, en general, eran altamente competentes, aunque también había ahijados del Departamento. Destacaba el sabio Luis Suárez Fernández, primera autoridad mundial en el reinado de Isabel la Católica y, a la vez, apasionado defensor de la inmarchitable aportación de los judíos a la humanidad. Sus numerosas ocupaciones académicas le dejaban tiempo para presidir la Hermandad del Valle de los Caídos y después para crear y presidir la Fundación Francisco Franco. Era un narrador brillantísimo, fascinante, y, al parecer, fue la mano derecha del recurrente Rodríguez en la reforma que propició un trimestre de vacaciones extraordinarias para 100.000 universitarios primerizos. Y es que el mundo es un pañuelo. 
Fiestas del Dos de Mayo en el Barrio de Malasaña. 1976.
La vida cultural madrileña, (seguramente nunca tan rica, tan plural, tan autónoma, tan libre, tan barata y tan bien autogestionada), estaba en manos de los estudiantes y fundamentalmente se desarrollaba en los Colegios Mayores, casi todos con excelentes programaciones continuadas y en ocasiones germen de festivales y citas que luego se hicieron mayores y mucho más costosas de la mano de las administraciones democráticas. Solo las artes plásticas, por sus exigencias materiales específicas, quedaban al margen de tan fructífero circuito. Esos años coincidieron con un periodo fantástico de la Filmoteca Nacional en la calle López de Hoyos, y con la apertura de los cines Alphaville, que cambiaron en buena medida los criterios de exhibición y distribución cinematográfica dominantes.
Chumy Chúmez. Portada de la revista Hermano Lobo. 1975.
Y quiero terminar este excurso con un viaje de vuelta a casa. En quinto de carrera y dirigidos por Luis Suárez, preparamos un viaje de fin de estudios que tenía que estar ligado a algún asunto de honda raíz medieval. Se estudiaron varias posibilidades, y, por aclamación (quizá también por escasez presupuestaria) se optó por un viaje a Logroño, Navarrete, Nájera, Santo Domingo de la Calzada, San Millán de la Cogolla y Santo Domingo de Silos. Podría haberlo hecho desde la estación de autobuses, atendiendo a los avisos de salida inmediata.
Pero el viaje, los viajes (tanto el largo de dos años como el del fin de semana dedicado al camino de Santiago, al urbanismo medieval y a los orígenes del castellano escrito) merecieron la pena. Tanto como el apasionante viaje de incierto rumbo de mis tres años en el Colegio Universitario de Logroño.
Este (casi) fue el final de mi paso por la Universidad Autónoma de Madrid y de mi vida universitaria, donde aprendí mucho de la vida y me aficioné a asuntos ajenos a mis estudios que me han dado grandes satisfacciones y que han llenado mi actividad profesional, en la que he tratado de extender y facilitar a otros el amor por la cultura. ¿Qué más se puede pedir?"
Cebolleta Vázquez.
Vale.

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