lunes, 18 de enero de 2016

La cantaora Argentina en el reino del compás


Argentina. Foto de Pepe Portillo.

A lo largo de estos últimos 20 años, los aficionados logroñeses hemos podido disfrutar en los Jueves Flamencos del Teatro Bretón de una pequeña muestra –aunque significativa y cabal- de la inmensa diversidad y riqueza de un género musical que goza, como siempre a lo largo de su procelosa historia, de una “mala salud de hierro”. Ha sido tiempo suficiente para ver cómo evolucionan los gustos y se desarrollan las tendencias, y, en algunas ocasiones, cómo crecen los intérpretes. Es el caso de Argentina, que desde su anterior visita de 2009 ha construido una importante carrera (muy bien documentada discograficamente, lo que cada vez es menos frecuente) que la ha llevado a ocupar un importante lugar en tan competitivo panorama. 

Sus méritos son evidentes: para empezar, unas excelentes cualidades vocales en las que se aprecian ecos de las grandes referencias femeninas de la historia del flamenco; además, una actitud exigente y perfeccionista con el propio trabajo, que la lleva a buscar lo sustancial en las viejas fuentes, con especial querencia por los cantes añejos menos conocidos; y, por último, la habilidad para rodearse de músicos muy capaces que la han ayudado a la hora de desarrollar una carrera especialmente pendiente de cultivar la necesaria sintonía con el gusto popular. Argentina, además, suma a todo ello su innata humildad, que le permite reconocer con sinceridad infrecuente lo más natural: que estudia y que aprende de todos, y que se construye como artista a partir del gusto que rige y orienta sus abundantes cualidades. Ella, a pesar de sus muchos méritos, no alardea de haber inventado nada.
Pepe Pinto y Pastora Pavón, La Niña de los Peines.
En su “paseo por el cante”, Argentina desgranó en Logroño una parte notable de su enciclopédico repertorio: empezó con unos preciosos cantes de trilla que sonaron emocionantes, muy lorquianos (enmarcados libremente entre el saludo por bulerías con el que el grupo arrancó el concierto y el valiente martinete de colofón); siguió con un garrotín “para acordarnos” de Chano Lobato a base de bien, lleno de brillo y gracia; unas maravillosas serranas, demostrando poderío, pletórica de fuerza; una dolorida taranta de homenaje a la Niña de los Peines; una bulería por soleá, con lo mejor de los dos mundos, y bordó una malagueña, llenándola de hondo sentimiento y culminando en los brillantes abandolaos, con exigentes cambios de ritmo. Se tomó un necesario respiro que atendió el fenomenal “Bolita” con una música misteriosa que acabó siendo una preciosa rumba, extrayendo de su instrumento sonidos evocadores del laúd y de la kora, tras los que se apreciaba el amplio ámbito de expansión que consiguió Paco de Lucía para la guitarra, toda la riqueza lírica, armónica y rítmica que supo captar más allá de la ortodoxia flamenca. A su vuelta al escenario, Argentina arrancó con unas seguiriyas dolientes, muy bien rematadas, y continuó hasta el final con un rico surtido de los cantes festeros de Andalucía la Baja: unas cantiñas muy variadas, llenas de imaginación y en cambio permanente, acordándose de la Niña de los Peines; unas preciosas bulerías en las que se mezclaban y convivían con toda naturalidad la Paquera y Lole y Manuel; los reiteradamente demandados fandangos de Huelva, vibrantes, espectaculares, en los que echó el resto y con los que se ganó la mayor ovación de la noche en lo que parecía que iba a ser la despedida, honor que reservó para su versión del María la Portuguesa de Carlos Cano, que metió, como en un delicado guante, dentro de unas preciosas bulerías.
Argentina y  José Quevedo, "Bolita".  Foto de Pepe Portillo.
Se la vio en plena forma, igual de cómoda en la fiesta que en el drama, y muy bien servida por las excelentes cualidades de sus compañeros: José Quevedo, “Bolita”, guitarrista brillante y preciso, esencial, que lleva en volandas a una cantaora a la que tan bien conoce (entre otras cosas por haber producido todos sus discos), y que destacó en todos y cada uno de los escasos momentos que su función le permite: demostró su alto valor creativo en todo lo que tuvo que ver con las abundantes bulerías, en las falsetas del garrotín y el prodigioso compás de las cantiñas, y voló a lo grande en los abandolaos y en la sobresaliente rumba. El compás estuvo muy bien atendido por Diego Montoya y José Suárez, “Torombo”, máquinas de ritmo perfectamente engrasadas que tejieron un firme tapiz sonoro de pitos, palmas, jaleos y taconeos que, además de color, dio solidez, calor y cuerpo al edificio musical que construyeron entre todos.
José Campúa. Fiesta gitana en Jerez de la Frontera. 1919.

El concierto, irreprochable en lo musical, perdió brillo en sus aspectos complementarios (planificación, ritmo escénico, transiciones,…) y se apreció a la cantaora constantemente incómoda con asuntos circunstanciales (vestuario, mantón, abanicos, temperatura,… ) que necesariamente afectaron a la concentración de la artista y, en consecuencia, a su comunicación con el público, que llenó el teatro y supo reconocer con generosidad los méritos y la entrega de tan brillante elenco.


Argentina
(acompañada por José Quevedo, “Bolita”, Diego Montoya y José Suárez, “Torombo”)
Teatro Bretón. Logroño
14 de enero de 2016



No hay comentarios:

Publicar un comentario