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Robert Mapplethorpe. Amapola. 1988. |
Los retratos suelen recoger una mirada directa al objetivo de la cámara. Son, a la vez, la irónica parodia de un hombre que trata de conocerse y una forma de buscar los ojos del futuro espectador (y, en él, a un igual).
Patti Smith. Ain´t It strange. Radio Ethiopia. 1976.
En contadas ocasiones recurre a algún elemento material -un mínimo atrezzo- que ayuda a completar al personaje hedonista que nos quiere contar algo (poco) de su vida, que aspira a hacerse entender, aunque para ello tenga que recurrir a la odiosa retórica.
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Robert Mapplethorpe. Autorretrato. 1988. |
En este retrato, muy próximo a su muerte a los cuarenta y dos años, el personaje se desvanece en favor de la empuñadura del bastón, a la que se aferra con la frágil energía que todavía le queda. No transmite miedo, ni amargura ante lo irremediable. Solo una especie de lasitud frente al irresistible final, y, con el guiño, una advertencia al que mira.
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Robert Mapplethorpe. Orquidea y mano. 1983. |
Pero también hay belleza en las flores muertas.
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