Chano Domínguez, fotografiado por Fernando Aceves.
Escuchar a Chano Domínguez siempre sabe a poco, y verlo tocar de vez en cuando sirve para confirmar su crecimiento como intérprete y como músico creativo.
En su reciente concierto logroñés demostró el progreso de sus cualidades y los notables frutos de su trabajo, méritos que, al parecer, no son suficientemente reconocidos (o, al menos, valorados) en nuestro país y que le abocan (otro más) a la emigración: el hombre de Cádiz, harto de un panorama que no da más de sí, se traslada a los Estados Unidos para desarrollar su carrera en un marco estimulante, como docente en la Universidad de Seattle -la patria de Quincy Jones y Bill Frisell, de Jimi Hendrix y Kurt Cobain- y como músico cotizado tocando por el país que creó el jazz.
Seguro que la experiencia (salvo en lo climatológico) resultará enriquecedora, porque actitud abierta y curiosidad por nuevos estímulos musicales nunca le ha faltado. No hay más que analizar las fuentes de su repertorio del pasado jueves: pueden ser unos aires gaditanos llenos de callados recuerdos de infancia (tan bailados como tocados, marcando con los pies su rico compás), o una canción chilena, española o brasileña (despojadas hasta la médula para reconstruirlas posteriormente, a través de la improvisación, en toda su riqueza melódica y evocadora), o un rompecabezas de Thelonious Monk (rizando el rizo del sueño), o un hondo destilado del inmenso Paco de Lucía (la Canción de amor, que le arrastró hasta la profunda emoción del que sabe de primera mano lo irreparable de la pérdida), o la demostración de cuánto y cómo se enriquecieron los ritmos latinos yendo y viniendo (la "mulatización de la música", en la acertada frase de Paquito D´Rivera), fuera su punto de partida caribeño o hispano. El portento, para que se hagan una idea, llegó hasta conseguir que el público hiciera coros de La Tarara (sobre todo las chicas y bastante bajito, eso sí).
Sobre la marcha -y por sorpresa- Chano Domínguez se sacó de la manga un triunfo (como se pudo apreciar en el “aplausómetro”) con la presencia fuera de cartel de Marina Albero, excelente intérprete de salterio (a la que se pudo ver hace unos años en Sajazarra tocando la sofisticada música medieval del Ars Subtilior) que sirvió de perfecta prolongación sonora del piano, en cuanto instrumentos de cuerda percutida. El ensamblaje, en mi opinión, supera la clásica fórmula de piano-vibráfono ya utilizada en anteriores ocasiones por la pareja Domínguez-Albero (y de mucho éxito en otra época para Chick Corea-Gary Burton) tanto en sonoridad como en dinamismo, y sirve a la perfección para ahondar en la evocación flamenca hasta llegar a sus míticos orígenes del medio oriente persa. Para muestra, el botón de la preciosa bulería. Todo un acierto, y un hallazgo en el apreciable afán por hacer del propio repertorio la urdimbre de un inmenso tapiz compuesto de retazos de la música popular mundial, algo que pretendieron algunos de los más grandes de la historia del jazz.
Así que Chano Domínguez rompió, una vez más, el cliché simplificador de “pianista de jazz- flamenco”, para demostrar todo lo grande y rico que es. Tan rico como ambicioso. Que se vayan preparando los americanos…
(Publicado en Rioja2. 13.05.14). |
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