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El autor de todas las fotografías es Gabriel Santolaya. 09.2020. |
La exposición que el artista Roberto Pajares, “Pájaro”, presenta en el EspacioArteVACA, en Viniegra de Abajo, es un acontecimiento, una oportunidad extraordinaria para cualquier espectador que, según los casos, podrá redescubrir o tener un primer contacto con una obra habitualmente dispersa, oculta en buena medida, expuesta hasta ahora de manera fragmentaria y todavía parcialmente inédita en La Rioja.
“Pájaro” nunca deja de sorprender. Sólo a su discreción natural se debe el que no llame, por una vez, a las cosas por su nombre y, en vez de utilizar un título del tipo Antología, o Grandes éxitos, o Retrospectiva, o Cosecha, o Panorama general, o Confieso que he vivido, o Fuera de serie, o Especie única, o cosas así, todas ellas ciertas y que es lo que correspondería apropiadamente y se merece esta escogida muestra que agrupa una tan selecta como significativa parte de su trabajo creativo de cuarenta años, la llame, bajando el vuelo de las palabras y de las cosas a ras de suelo, simple y llanamente, Tiempo y fuego.
Y, pensándolo bien, es un acierto, porque ese título resume y define perfectamente el ámbito, la intención y la importancia de una exposición en la que existe una relación estrecha, una coherencia sorprendente (más allá de materiales, técnicas, formatos e intenciones, y al margen de su fecha de elaboración), entre las obras realizadas hace 38 años y las recién terminadas: la relación generada por un autor que es dueño de un lenguaje identificable, de una expresión personal, de una poética propia.
Una poética enriquecida a través de esos dos polos antagónicos, de esa contradictoria dualidad en permanente dialéctica. Por una parte está su fijación en el fuego, su voluntad apasionada, explosiva, que está en el origen de toda su creación, que alimenta su impulso transformador de herrero vocacional, autoinventado a pie de forja, a fuerza de vitalidad y decisión.
Y por otra su complicidad sobrevenida con el paso del tiempo, del que sabe que acabará por jugar a su favor, y en manos del que, muy a menudo, deja la finalización azarosa de su trabajo, encomendándole que lo termine, lo modifique, lo transforme o lo destruya. Este desapego respecto a los frutos del propio trabajo (es muy frecuente escucharle que las obras “se hacen solas”, que las partes “buscan su lugar”, que todo acaba por “encontrar su sitio”) resulta tan sorprendente como estimulante en un mundo dominado por el brillo calculado de los “acabados” y el “oficio”.
Es muy instructivo (y explica a la perfección su trayectoria y su actitud) oírle contar, risueño, como siempre, cómo algunas de las esculturas que ocupan el jardín de la Casa Bernáldez, en Viniegra, fueron creadas para una exposición temporal en la Sala Amós Salvador, de Logroño, y luego las instaló, adaptándolas, en su pueblo de adopción, Villoslada de Cameros, hasta que alguna autoridad indocumentada se las puso con nocturnidad y sin previo aviso en la puerta de la ermita que con tanto mimo (y con Araceli) cuida, y que como reacción más o menos espontánea pero plenamente artística les aplicó fuego (otra vez, el fuego) y motosierra (que viene a ser como el fuego pero en plan expeditivo y ruidoso), quedando el resultado de esa explosión a la intemperie hasta que sus admiradores empezaron a reclamarlas para sus proyectos en media España, y tras los oportunos ajustes emprendieron una gira por la piel de toro que hoy las trae al Alto Najerilla, a tiro de piedra de donde nacieron. Y, de ahora en adelante, ya iremos viendo. El tiempo lo dirá. (Esto sí que es un “work in progress”, que dicen los anglosajones y los cursis). Las vueltas que da la vida.
Y es que la obra artística de Pájaro es inseparable (porque es su testimonio) de su experiencia vital, y en ella quedan leves rastros o profundas huellas, según los casos, de su categoría de excelente calígrafo o de sus correrías ganaderas, de sus décadas como santero de Lomos de Orios (de la que da testimonio la extraordinaria serie de dibujos inspirados en los exvotos dedicados a la Virgen), de su trabajo en la fragua y de su activismo cultural (al frente de proyectos ligados al patrimonio natural, la creación artística y el mundo rural; dando acogida y aliento a iniciativas dispares en su singularísima galería de exposiciones; regalando sabiduría y consejo a quien lo necesite,…).
Esta exposición de Pájaro es, insisto, un acontecimiento: es la oportunidad infrecuente, insólita, de ver la obra de un hombre radical, que vuela libre; alguien capaz de definir, cortar, dar forma y volumen a través del fuego; un creador que dibuja y pinta como si utilizara un soplete; un artista capaz de elegir, de seguir haciendo a pesar de los pesares, de preservar su vocación sin adherencias, sin la presión del mercado o la popularidad; de demostrar que crecer al margen sigue siendo posible.
Todo un ejemplo.
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Roberto Pajares, "Pájaro". Tiempo y fuego.
EspacioArteVACA. Viniegra de Abajo. (La Rioja) Hasta el 6 de diciembre de 2020. Información y visitas: EspacioArteVACA
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