miércoles, 31 de enero de 2018

Ángel Guache: el hombre que no para

Ángel Guache en directo.
Si “esto” fuera un lugar normalizado y tuviéramos un gobierno en condiciones y preocupado por la realidad, en vez de estar todos pendientes de las ocurrentes astucias de un prófugo nos preocuparíamos por los asuntos importantes, y entre ellos, destacado en el pelotón de cabeza, el de tratar de hacerles la vida más fácil a los creadores eximios como Ángel Guache. 
Daniel Gil. Felicitación navideña. 1953. Fuente: pionerosgráficos.com
En ese país ideal alguien poco parecido a Fátima Bañez, una vez atendidas sus obligaciones rocieras, concedería a nuestro héroe con toda justicia la medalla al mérito en el trabajo, con un distintivo bonito y una sinecura considerable, por su encomiable capacidad para emprender a todo tren y complicarse la vida en el ámbito de las “actividades diversas”. Alguien poco parecido a Cospedal le indemnizaría en diferido tras encargarle sus más rotundos versos para renovar el trasnochado repertorio de los ardorosos cánticos legionarios. Quienes dirigieran con perspectiva y conocimiento los asuntos relacionados con la sanidad y la educación pública reconocerían generosamente sus desvelos por divulgar entre todo aquel que se deje los misterios de la anatomía y los hondos secretos del cuerpo humano. Y por último, para evitar ser prolijo, quien sustituyera al presidente de todos los españoles se lo llevaría a bracear por las corredoiras del noroeste como consejero áulico, para que le indicara cómo resolver en un pispás los eternos males de la patria, y así, de paso, como saludable compensación, sacaría a nuestro bizarro titán a tomar el aire lejos de los insalubres lugares oscuros y ruidosos que, al parecer, frecuenta.
Porque este hombre no para de sacar libros y discos en su diversificada ofensiva contra el muermo generalizado, sumando al mérito los planteamientos tácticos de continuidad y pertinacia. 
Daniel Gil. Felicitación navideña. 1953. Fuente: pionerosgráficos.com
Este merecido panegírico viene a cuento de la reciente edición de dos compactos grabados con formaciones distintas e intenciones esencialmente opuestas. El primero se titula A vivir, y ha sido grabado con su habitual colaborador Marcelo Pull, productor y multiinstrumentista, que ha hecho un trabajo excelente, utilizando recursos brillantes y muy eficaces nada frecuentes en discos independientes editados con presupuesto modesto. Los arreglos, más sofisticados y heterogéneos que en anteriores ocasiones, visten un repertorio muy variado melódica e instrumentalmente, que se construye sobre una especie de antología del lado más “carnal” de la poesía de Guache, con necesaria mención de sus preciosos sonetos. Entre aires jamaicanos, ritmos maquinales, rocanrroles, boogie-woogies, música industrial, complejas mezclas de rock con música de cabaret o con canciones infantiles y parodias operísticas, las músicas sirven perfectamente al extraordinario ritmo de las palabras, a la música interna de los versos y a la intención del poema. Guache saca provecho de sus cualidades vocales tanto cuando canta (con la directa expresividad del punk), como cuando declama paródico o cuando transforma su peculiar canto filtrándolo a través de megáfonos y bocinas, consiguiendo un hermoso collage sonoro de colorido y atmósfera muy variado y atractivo, pleno de gozo, con arengas extremosas y delicadas confesiones, con himnos optimistas y pormenores explícitos, con la suculenta ironía propia de la casa.
Daniel Gil. Felicitación navideña. 1953. Fuente: pionerosgráficos.com
El segundo, grabado con el músico y productor Daniel Loma Osorio, viene muy bien definido por su título: Misticismo psicodélico (Electropoemas II), y se corresponde con el lado más “espiritual” de nuestro poeta. Estructurado en veintisiete breves temas que forman una “suite” de larga duración, de intención hipnótica y envolvente que constituye un viaje espiritual y alucinado, una experiencia de “combustión lenta y ensimismada”, trascendental, la crónica de una disolución meditativa en lo eterno, en el silencio. Un viaje lleno de imágenes psicodélicas. La música, esencialmente electrónica, abarca desde el ambient y la estética minimal hasta la utilización de samples de música tradicional hindú (canto dhrupad, sitars, campanillas, canto armónico,…), pasando por pinceladas techno y drum & bass, con preponderancia de espacios sonoros cósmicos, magnéticos, estáticos, repetitivos, muy adecuados para servir a los breves poemas (en esta ocasión dramáticamente recitados) en la transmisión del “temblor de lo efímero”.
Dice Guache: “Así como la vida / va incubando la muerte, / en el dolor / de la destrucción / late el canto.” Un canto polifónico en su caso, que unas veces grita en el gozo del combate y otras se expresa absorto en el vacío como “ceniza en el viento”.

Sigue, Ángel, sigue. 
Máximo. Español de honor. 1964.
Fuente: pionerosgraficos.com

martes, 30 de enero de 2018

Fiebre

Mariano Fortuny. Cuatro pinturas sobre la vejez. 1863-71.
Una gripe de tres semanas da para mucho: puedes percibir el cuerpo como una incontrolable caja de ruidos; sentir incrustado en la frente un marco rectangular en el que se agita una tormenta; tiritar y sudar a la vez; quebrarte en cada estornudo; mermarte y expandirte a cada rato; sentirte transparente, solo pellejo y hueso; apreciar cómo cruje el pecho, oírlo crepitar de continuo, sonar como hemos oído que suenan los barcos de madera en las películas, en agitación constante en medio de la incontrolable tempestad; sentir distintos y descoyuntados cada uno de los huesos de la caja torácica, una mezcla de xilófono y gamelán; percibir y escuchar cada articulación; desaparecer la preocupación por todo lo exterior; verte perdido como si fuera para siempre; no saber, temer, temblar; 
pensar que te vas a morir más que que te estás muriendo; descubrirte irremisiblemente caduco, y a corto plazo; perder el interés y espantarte por haberlo perdido; desesperar; tratar de respirar frente a una masa elástica que lo ocupa todo y que casi logra impedirlo; no querer ver, dejar de mirar, ser incapaz de leer, desinteresarse por todo; apreciar otro nivel de percepción acústica, sorprenderte por ello y valorar la escucha de una manera especialmente sutil, capaz de apreciar matices hasta entonces desapercibidos, en lo delicado y en lo crudo, en cualquier ruido y en la música más elaborada; no necesitar, desprenderse, dar por perdido; renunciar al alimento, del que solo se aprecian las temperaturas extremas, las texturas y la acidez, una vez abolido el gusto; 
sentirse sobrar, querer partir, acabar de una vez, marchar; sufrir la garganta como rígida, ardiente, llena, punzante, exigida para realizar sus funciones pero incapaz de hacerlas sin dolor; percibir las cañerías, los entresijos, la casquería, los descartes, y apreciar que todo suena y que suena mal; necesitar a la vez -y tanto- el viento frío y la ducha caliente, la manta eléctrica y la helada terraza; apreciar como humillantes los mocos, la sangre, las flemas, cualquier fluido; reparar obsesivamente en el ronco jadeo de la respiración, en su rítmico rugido de ida y vuelta, y obsesionarse con la insuficiencia; experimentar un miedo equivalente frente a lo desconocido y a lo previsible, ante lo seguro vivido como incierto; sufrir una y otra vez el deprimente panorama de la hilera de píldoras y pastillas, inmensas, intragables, y aborrecerlas casi tanto como los jarabes;...
Si un asunto menor y relativamente controlado me deja así, si no aguanto estar "pachucho", ¿qué vejez me espera?

lunes, 29 de enero de 2018

Raquel Benito regresa al pasado

 Todas las fotografías de este comentario son obra de Raquel Benito y forman parte de su exposición "Felicidad"
La fotógrafa Raquel Benito Olarte ha vuelto a la casa de sus abuelos como tantas veces hiciera a lo largo de los años  con motivo de celebraciones familiares, fiestas del pueblo, vacaciones escolares, interminables veranos,… Pero esta vez ha acudido con una intención distinta: la que se apodera inmediatamente de quien va provisto de una cámara, y lo que refleja en el extraordinario reportaje que recoge la exposición "Felicidad" es el resultado de la compleja mezcla que bulle en su actitud de fotógrafa en la que conviven las cualidades del forense y el notario, del cazador de sorpresas y de quien indaga, curioso, en los secretos de la familia.
El primer paso es entrar en el lugar de los hechos, en esa congelada “cápsula de tiempo” involuntaria, y levantar acta de los vestigios materiales del pasado reciente en una casa de pueblo semejante a tantas otras, con su ajuar doméstico reducido y modesto. Lo que encuentra Raquel es la humilde huella del paso por la tierra de parte de su familia, en una época en que, a pesar de la cercanía temporal, el modo de vida era muy diferente al nuestro, con otro ritmo, otras aspiraciones y otros temores.
Fotografía Raquel Benito los restos del naufragio vital de los últimos moradores, imágenes cargadas del misterio de lo distinto, de lo relacionado con otras actividades, con otra forma de ganarse la vida. El documento etnográfico se completa con el retrato de los pormenores de ese ambiente congelado en el tiempo. Llama la atención la omnipresencia de las imágenes religiosas y la estrecha competencia del papel pintado con la pintura aplicada con rodillo y a brocha, y el material moderno de las colchas que han sobrevivido a la marcha.
Y luego, sobre el soporte documental, se aprecia en la mirada personal de Raquel Benito algo de intransferible, cargado de melancolía, de cariño por lo perdido que solo pervive en el recuerdo. Una indagación en la propia memoria infantil, un reino de sombras cubierto por el velo del tiempo y la añoranza. Se trata sin duda de un delicado valor intangible en cuanto emoción personal de la fotógrafa, pero el mérito de Raquel es que logra hacerlo apreciable para la mirada atenta de los ajenos.
La exposición es una memoria de lo común sentido como extraordinario por quien lo ha vivido y lo recuerda: un recuerdo que percibimos lleno de sonido (con la espléndida metáfora de la vacía jaula del pájaro, otra casa deshabitada), el silencio denso quebrado por los crujidos de la vieja tarima, los extraños ruidos de los somieres, las escaleras de madera, la cálida proximidad de los animales cautivos; un recuerdo que sentimos en la luz de esa atmósfera mágica que envuelve lo poco que ya queda de un tiempo perdido para siempre, porque los lugares abandonados enseguida son ocupados por el misterio. 
Y ligado a esa añoranza, a esa memoria que hace revivir por un momento a las personas que tanto nos quisieron, brilla la presencia anecdótica del humilde objeto que nos desea Felicidad, un adorno navideño de poliexpán y espumillón que quizá fuera la última aportación de la modernidad a tan vetusto lugar, y que ha servido a Raquel como fértil motor de recuerdo y cariño, como eficaz Rosebud, como magdalena proustiana y ancla segura a partir de la que evocar y recuperar la infancia perdida. 

viernes, 26 de enero de 2018

Gracias a la vida

Jean Arp. Sculpture d'une lettre. 1961.
"Paseo por los goces de la vida diaria. Primero un paisaje: mi gratitud al azar por haber nacido en una familia humilde. Intuyo que la abundancia desorienta. ¿Y los placeres? Escuchar tres homenajes a la inteligencia: la música de Bach, Monteverdi, Desprez. Dejar en el platillo de un violinista los gritos del saxo de Coltrane. El cinismo bondadoso de las canciones de Brassens. Las avenidas iluminadas y los recovecos oscuros de un idioma. Leer a Camus y Arendt, dos flechas éticas que me guían. Una coherencia que no crea presidios. El salmorejo, la ventresca y el rape compartidos. Los paraísos variados del sexo. Las páginas del poeta que es un vehículo transparente en sus mejores versos. No padecer el fracaso que llaman envidia. La risa que no hiere. Mi escudilla de mendigo a la que caen notas de música extranjera. El diálogo con hombres libres. Cuidar las cosas sin poseerlas. El cine y los laberintos trazados por Pasolini en Teorema. Recordar el agua de la niñez. No ser el bufón de la propia conciencia. Envejecer sentado en un refugio de preguntas. El goce de no tener tiempo para el odio." 
Flor Garduno. Con corona. Mexico, 2000.
Siempre hay que escuchar con atención a Fernando Savater. También cuando recomienda un libro como Ciento noventa espejos, de Francisco Javier Irazoki (Hiperión, 2017), escritor, músico, cronista durante años de la vida parisina y crítico de poesía, que ha construido "una especie de sonetos en prosa" de ciento noventa palabras que demuestran a las claras que los límites formales que se impone un creador no tienen por qué mermar la ambición creativa y el interés final de su obra artística.
Robert Doisneau. El acordeonista. Rue Mouffetard, Paris. 1951.
Llena por igual de luz y de penumbras, bien surtida de referencias musicales y pistas literarias, de viajes, recuerdo y palabras, este libro es una excelente guía de recursos para afrontar la búsqueda de una vida feliz. 
Alexander Calder. Ráfaga de nieve. 1950.

jueves, 25 de enero de 2018

Autopsia

F.G. Muérdago. 01.2018.
En la serie británica Loch Ness un médico forense se dirige cordialmente a los anonadados padres de un muchacho asesinado, incrédulos todavía ante lo que ven y aterrorizados por todo lo que se temen: “Si vives lo bastante puedes ver de todo.”
El monstruo, además de en el criminal, vive y chapotea entre los morbosos informadores que destripan sin piedad y sin conocimiento a las víctimas, que ejecutan con saña reiterada a sus familiares y amigos. 
El monstruo engorda a sus anchas entre los medios de comunicación que se enriquecen con la desgracia ajena. 
El monstruo tiene cómplices en las empresas que se publicitan y dan soporte a toda esa bazofia, con la mezquina intención de alimentar su devoradora codicia. 
El monstruo tiene tantas cabezas como espectadores y oyentes, que mejor harían dedicando parte de ese inútil tiempo de asco a tratar de entender sus propias miserias y hacer algo por salir de ellas.
F.G. Eucalipto. 01.2018.
El monstruo está en todas partes. 
Es cuestión de tiempo y oportunidad.

miércoles, 24 de enero de 2018

Cuaderno de campo

F.G. Corinto. 01.2018.

"Aquí
a los que no ven el mar
se les reconoce
porque siempre
llevan
una espiga
clavada
en el pecho."

María Sánchez. La última herida. (Recogida en Cuaderno de campo. La Bella Varsovia, 2017)

martes, 23 de enero de 2018

El paraíso de Carmelo Argáiz



Tras un título (Silvestre) tan evocador como misterioso, Carmelo Argáiz expone en La Lonja (Beratúa 39/41, Logroño) hasta el día 3 de febrero una hermosa selección del trabajo artístico que realizó desde finales del siglo pasado hasta 2009, esencialmente desconocido para la mayor parte de sus muchos seguidores porque hasta ahora solo se había presentado fragmentariamente en la ermita de Lomos de Orios, en Sajazarra y a través de la revista Déjà vu.

Siendo Carmelo un artista importante e influyente, a menudo han sido la amistad, el compañerismo y el compromiso personal los motivos impulsores y el origen de la mayor parte de su obra, que en contadas ocasiones ha respondido a proyectos propios autónomos, unitarios, definidos personalmente desde el punto de partida hasta el momento de su difusión.

Por ese motivo es importante también esta exposición, ya que pone de manifiesto la existencia de un hilo de transparente coherencia que articula y da sentido al conjunto de la obra de este artista que se ha prodigado tan poco a la hora de hacer y a la de mostrar. Se ve que la docencia y la crianza, y últimamente la gestión cultural, absorben demasiada energía.

A través de las obras seleccionadas Carmelo Argáiz nos presenta su personal elogio de la naturaleza, un mundo idílico que en su biografía se corresponde con el mundo rural de los años 70, lleno de una vegetación feraz, de tierra fértil y de agua corriente, de peces y pájaros, de brisas y vientos (y que, sorprendentemente, tiene en su cabeza como banda sonora los sonidos cosmopolitas de los Rolling Stones y la Velvet Underground). 
Una época y un paisaje que están indisolublemente ligados a su formación sentimental y fueron esenciales en el origen de su posterior formación artística.


Una época recreada a través del recuerdo de los años de infancia y juventud perdidos para siempre, como las añoradas huertas del Iregua, modélicos espacios silvestres donde lo natural mínimamente humanizado era a la vez productivo y respetuoso con el medio, adecuado para el ocio y suficientemente rentable, estético y reversible, y donde, para completar el paraíso, había una cabaña a suficiente distancia de la mirada y el control de los mayores.

Afrontar la añoranza de lo definitivamente desaparecido desde el actual deterioro ecológico y sociocultural conduce a Carmelo a una mirada melancólica sobre el pasado por la pérdida irreparable de un tiempo y un lugar donde fue feliz, cargada de un fuerte sentimiento romántico, nostálgico, lleno de emoción. Sentimiento que, sorprendentemente, se expresa con lenguaje y actitud expresionista, recurriendo a materiales pobres, primarios, naturales (carbón, barro, grafito, maderas, papel, gasas,…) aprovechados con gran acierto para reconstruir un mundo dinámico, lleno de contraste y sutileza, con un inmenso surtido de luces y sombras, de veladuras y matices: una belleza compleja.

Y ligada a esta hermosa realidad de la exposición “Silvestre”, a este “ajuste de cuentas” amable (a pesar de todo) con el pasado, vaya el anuncio del confesado propósito de Carmelo Argáiz de presentar otra exposición inminente con sus trabajos de la última década. Las alegrías nunca vienen solas. 
Fotografías: Carmelo Argáiz (2 y 5) y F.G. (resto)
Que no pare la música.

lunes, 22 de enero de 2018

El magisterio de Carmen Linares

Carmen Linares.
Una actuación de Carmen Linares siempre es motivo de alegría, porque en raras ocasiones se unen en una cantaora, en cualquier artista, los mejores valores de la tradición, la realidad palpable de un presente creativo especialmente afortunado y el influjo evidente que su trayectoria y exigente ejemplo produce sobre las nuevas generaciones de cantaores flamencos (especialmente mujeres, aunque no solo) 
Joaquín Sorolla. Cantaora.
A pesar de llevar cincuentaitrés años en lo más alto del escalafón de la música como profesional (grabó su primer disco en 1970) conserva toda su musicalidad y capacidad expresiva de siempre, y afronta admirablemente proyectos cada vez más complejos y exigentes que la llevan a colaborar con lo más selecto y capaz del panorama creativo en el estudio y la musicalización de los grandes poetas españoles, dando rienda simultánea al ritmo interno del poema y a su relación “natural” con las formas tradicionales de la música popular.
Miguel Hernández.
En el concierto de Logroño demostró todos esos méritos. Empezó con los tangos malagueños de La Repompa, brillantes, llenos de gracia y compás, y a continuación metió el popular poema Aceituneros, de Miguel Hernández, en las formas tradicionales de folías, peteneras y tarantas, dándoles otra dimensión, honda y flamenca, a los populares versos difundidos durante décadas por la versión de Paco Ibañez como canción de reivindicación y lucha. Después presentó como soleá bambera el precioso juguete de Arbolé, de Federico García Lorca, lleno de emoción evocadora y magia (“Arbolé, arbolé seco y verdé. La niña del bello rostro está cogiendo aceituna con el brazo gris del viento ceñido por la cintura“). Volvió a conseguir el prodigio de meter en unas emocionantes malagueñas, con sus correspondientes abandolaos, al Niño yuntero de Miguel Hernández, renovando su actualidad y pertinencia (hay mensajes que no hay que dejar de recordar, le gusten mucho, poco o nada al respetable), y continuó, de nuevo de la mano de Miguel Hernández) con unas gaditanas Vendimiadoras (por tanguillos, cantiñas y romeras) con las que bajó la tensión emocional y la reunión recuperó el aire festero y alegre, con la esforzada presencia de la bailaora Vanesa Aibar, que acompañó uno de los mejores momentos de Carmen, jonda, vibrante y demostrando su riqueza melismática.
Después de un espacio por bulerías en el que el guitarrista Salvador Gutiérrez estuvo tan brillante como a lo largo de toda la noche y las cantaoras Ana González y Rosario Amador lucieron sus voces frescas y sobrada capacidad para el compás, volvió Carmen cantando magníficamente por soleás, con preciosas letras populares (“La salud y la libertad son prendas de gran valía, y que no nos damos cuenta hasta que no están perdidas”) (“Males que acarrea el tiempo, quién pudiera penetrarlos para ponerle el remedio antes de que viniera el daño”) (“Tengo una pena, una pena que casi puedo decir que yo no tengo una pena: la pena me tiene a mí”). 
Juan Ramón Jiménez visita la Escuela Modelo de la Universidad de Puerto Rico.
Llegó el momento de Juan Ramón Jiménez con una serie de fandangos de Huelva, muy flamencos, rematados por el poema Moguer, cantado con la delicadeza, el cariño y el conocimiento que siempre le ha dedicado. De nuevo Juan Ramón, esta vez por tonás, con un precioso aire arcaico, sobrecogedoras, y, sobre la intervención al baile de Vanesa Aibar, una siguiriya abrazó al poema In Pace, de José Ángel Valente (“Tú duermes en tu noche sumergido. Estás en paz. Yo araño las heladas paredes de tu ausencia, los muros no agrietados por el tiempo que no puede durar bajo tus párpados. Ceniza tú. Yo sangre. Leve hoja tu voz. Pétreo este canto. Tú ya no eres ni siquiera tú. Yo, tu vacío. Memoria yo de ti, tenue, lejano, que no podrás ya nunca recordarme.”). Muy pocos cantaores de cualquier época se han atrevido a tanto.
Federico García Lorca. Antoñito el Camborio.
Ya en el final apuntó, a petición del público, unos versos de la Milonga del forastero, y para terminar volvió a Lorca, ligando la Baladilla de los tres ríos y el Anda jaleo, cantando sobrada de facultades y llena de gracia popular, dejando de nuevo un generoso espacio para el lucimiento de la bailaora (demasiado espacio, probablemente)
John Singer Sargent. El jaleo. 1882.
Fueron cien minutos llenos de conocimiento cabal, de experiencia, riesgo y capacidad, y disfrutamos de un concierto que explica por qué Carmen Linares ha logrado todos los galardones habidos y por haber y disfruta de la consideración de los profesionales y la crítica más exigente, y del cariño de los aficionados de todo el mundo.
No tardes en volver, querida, necesaria Carmen.

viernes, 19 de enero de 2018

Fauna ibérica

F.G. Perchilla común. Ensamblaje de objetos encontrados. 01.2018.

A punto de irse de cabeza al cubo de la basura levantó el vuelo.

jueves, 18 de enero de 2018

Miguel Poveda, flamenco

Miguel Poveda.
Dentro de la asombrosa política de contraprogramación que viene haciendo Riojaforum respecto a los ciclos tradicionales del Teatro Bretón, volvió a Logroño, tres años después de su memorable último concierto, Miguel Poveda, que en todo este tiempo no ha dejado de crecer como artista, rodeándose de las mejores compañías y afrontando proyectos arriesgados y novedosos, de esos que enriquecen el patrimonio común de la música española.
Anglada Camarasa. Chula de ojos verdes.
Frente a aquel recital perfecto, final de una larguísima gira de éxito y fama con un equipo artístico y técnico plenamente ajustado, el concierto del domingo resulto chocante y llamó la atención por su desajustada puesta en escena, quebrada, sin ritmo, llena de largos parlamentos con más de justificatorio que de confidencia informativa, con unas luces desajustadas casi siempre fuera de tiempo y un sonido que apostaba decididamente por la potencia del “muro” frente a los delicados matices de las claras voces de la guitarra y los teclados. Sorprendió la infrautilización de algunos de los pesos pesados del excelente grupo (especialmente del maestro Joan Albert Amargós) y que no hubiera en la planificación del espectáculo un hilo conductor que hilvanara mínimamente su desarrollo, lo que dejó descolgada su tercera parte dedicada a la copla, que hubo de retomarse atropelladamente después de que el público hubiera empezado a abandonar la sala.
Pero todos esos aspectos resultan secundarios (y con el tiempo serán meras anécdotas) cuando disfrutamos del recital de un artista como Miguel Poveda, tan generoso y entregado como siempre, pletórico de facultades vocales, derrochando su buen gusto proverbial y una capacidad enciclopédica para afrontar lo más exigente del repertorio, que nutre a manos llenas de emoción, expresividad, gracia y duende.
Federico García Lorca. Autógrafo con luna reflejada
El concierto tuvo tres partes bien diferenciadas, aunque de variada amplitud y pretensión. Como es habitual, la primera la dedicó a la poesía, y en esta ocasión íntegramente a Federico García Lorca, centro de uno de sus nuevos proyectos discográficos. Cantó la Gacela de la muerte oscura, El poeta pide a su amor que le escriba, un fragmento de la Oda a Walt Whitman y El Silencio, con la dolorida rabia con la que siempre afronta la obra de Federico, con la misma emoción desgarrada, además de un hermoso fundido de varios fragmentos de las “canciones populares” Los cuatro muleros, Los pelegrinitos y Anda, jaleo, (fundido en el que quizá se sacrifican los valores literarios y los desarrollos melódicos de las canciones en aras del estilizado resultado final).
Miguel Poveda acompanado por Jesús Guerrero.
La segunda parte (sin duda concebida como principal en cuanto a tiempo,  y seguramente la más rodada como conjunto artístico) estuvo dedicada al flamenco. El puente lo estableció una pasmosa bulería interpretada por el joven guitarrista Jesús Guerrero, que se echó el grupo a la espalda y construyó un portento de riqueza rítmica y armónica, de imaginación y fuerza. Es un acierto de maestro haber dejado en manos de un guitarrista (un único guitarrista, pero excepcional) la construcción del armazón y la responsabilidad de esta parte del espectáculo. Empezó Poveda con la malagueña del Mellizo, ligada a unos abandolaos con letra de Manuel Gerena; después, un rico surtido de refrescantes cantes de Cádiz. Continuó acordándose de la habitación de sus padres con un precioso tributo a Lole y Manuel, tan ligados a la educación sentimental de una época y a la formación del gusto musical de una generación, para llegar a uno de los momentos culminantes de la noche cantando con Miguel Ángel Soto Peña, El Londro, una larga serie de cantes por soleá, soleás apolás y bamberas, emocionantes y emocionadas, mecidas por la guitarra de Guerrero y “bailadas” desde la silla por Poveda, hondamente conmovido: “dichoso el momento de darte mi mano, mi compañero.” Para cortar el clímax, un arranque de zambra muy caracolera seguida por un largo surtido de tientos-tangos, gustándose en el recuerdo virtuoso de la Niña de los Peines, y una brillante serie de muy variadas bulerías, en las que el maestro reconoció los grandes méritos de su percusionista Paquito González y del magnífico compás de Carlos Grilo y Dani Bonilla. Reaparecieron entonces Amargós y el baterista Antonio Coronel para poner el primer broche del concierto con La leyenda del tiempo de Camarón de la Isla, cerrando así, de paso, el virtuoso círculo lorquiano.
Francis Picabia. Gitana.
Tras un largo desconcierto, y con el público marchando contento a pesar de que allí no se había oído nada de lo que hasta allí les había traído, reaparecieron Poveda y Amargós para rendir un pequeño homenaje a la copla, consistente en un fragmento de A ciegas, Mi amigo y el tercero de Mis tres puñales. Supo a muy poco, pero ante la posibilidad de haberse ido de vacío se recibieron como gloria bendita.
Francis Picabia. Proyecto de traje para el ballet Relâche. 1924.
En definitiva, Miguel Poveda demostró que es un grande en plena forma, con unas cualidades tan desbordantes y unas inquietudes tan diversas que se le quedan cortas dos horas y cuarto de concierto. Seguro que acaba encontrando el formato adecuado para cada cosa y tomándose el merecido sosiego para todo. Se lo merece tanto como el que más.
Miguel Poveda en Logroño. 14.01.2018. Foto: Frank Moved.

miércoles, 17 de enero de 2018

Orwell, twitter y el "odio de dos minutos"

El "gran hermano" vigila Dusseldorf desde el mural de una medianera. Enero de 1984.

miracomosuena sirve gustosamente de vehículo para transmitir a la "audiencia nacional" esta afirmación de Tom Hodgkinson, director de la revista The Idler: George Orwell previó, entre otros muchos males de la humanidad en la interminable época del totalitarismo más o menos pinturero, el control masivo del "gran hermano" y un mecanismo de odio popular dirigido que twitter ha puesto al alcance de todos interesadamente.
Ahí va.
George Orwell en la BBC en los años 40:

"Los ataques periódicos de odio dirigidos a figuras públicas en Twitter me recuerdan el "Odio de dos minutos" de George Orwell en 1984.

En el "odio de dos minutos" los residentes de Oceanía miran imágenes del enemigo en una pantalla gigante y trabajan en un frenesí de furia. Al igual que en Twitter, nadie te obliga a unirte, pero es fácil dejarse arrastrar por eso, porque quieres que otras personas sepan que tú, también, odias a Toby Young, o a quienquiera que sea.
Lo horrible del odio de dos minutos no era que uno estuviera obligado a actuar, sino que era imposible evitar unirse. Después de treinta segundos cualquier pretensión siempre era innecesaria. Un espantoso éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar caras con un martillo, parecía fluir por todo el grupo de personas como una corriente eléctrica, convirtiéndose uno incluso contra la propia voluntad en una mueca, gritando como un lunático. Y, sin embargo, la furia que uno sentía era una emoción abstracta, no dirigida, que podía cambiar de un objeto a otro como la llama de una lámpara de gas.
El verdadero punto es que el odio dirigido a una figura pública es una distracción de las cosas reales que están sucediendo. De hecho, deberíamos estar dirigiendo nuestra ira contra Twitter, el medio que proporciona un conducto para nuestro odio. Los propietarios de Twitter, una compañía de ventas publicitarias, se quedan detrás y se benefician de estos brotes de bilis. Twitter se ha llenado particularmente de odio últimamente, y, como la mayoría de los productos de tecnología, comenzó con grandes promesas de liberación y autoexpresión y terminó siendo tomado por los acosadores bravucones y los ricos.
También pienso que, en lugar de complacer nuestras emociones negativas en Twitter y enriquecer a los líderes supremos digitales en el proceso, nuestro tiempo estaría mejor invertido si lo dedicáramos a crear, aprender y a beber cervezas finas.
Y a tocar el ukelele, por supuesto."


 Orwell en su apartamento londinense de Canonbury Road. 1945.

martes, 16 de enero de 2018

Los estados febriles


F.G. Educación sentimental. Collage de palabras y objeto encontrados. 01.2018.


F.G. O terror dos mares. Collage de palabras y objeto encontrados. 01.2018.



F.G. El lápiz del carpintero. Collage de palabras y objeto encontrados. 01.2018.


F.G. Academia Launir. Collage de palabras y objeto encontrados. 01.2018.