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David Palomar. |
Por “el norte” hemos sido siempre (y seguimos siendo, afortunadamente) muy de Chano Lobato, muy de Cádiz. Nos gusta el flamenco pero también (tanto o más) el cuento, la cháchara ingeniosa y el gracejo popular, pasárnoslo bien y reírnos con viejos chascarrillos y embustes disparatados, mucho mejor si son ya sabidos y nos llevan a situarnos en épocas mejores, aunque no sea más que porque éramos más jóvenes.
Por eso había tantas expectativas puestas en ver y escuchar a David Palomar, joven gaditano nacido en el barrio de La Viña que lleva cantando desde los 16 años, primero en el ambiente carnavalero para luego pasar a cantar atrás, para el baile, antes de grabar tres discos que hasta en el título (Trimilenaria, La Viña, cantón independiente y Denominación de origen) son una reivindicación de los indudables valores musicales de la bahía de Cádiz.
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"Las Calles de Cádiz" en el Teatro Español, de Madrid. 1932. En en centro, La Argentinita y Pilar López, acompañadas de Adela La Chaqueta, La Malena y La Macarrona. En la fila superior, entre otros, El Gloria (3º izda.) e Ignacio Espeleta (2º dcha.) |
Empezó su recital logroñés con unos preciosos caracoles, que le sirvieron para reivindicar el valor tan flamenco de las variadas cantiñas; después, unas sentidas seguiriyas, muy jondas, con unas sorprendentes letras políticas de su cosecha, para seguir con unos tangos caleteros a la manera de Pedro Bancalero, “El Niño del Mentidero”, en los que se recuerda a La Perla y a Mariana Cornejo. A continuación, un primer homenaje a Chano con su forma de hacer el garrotín, ligado a los tangos del Piyayo y rematado en los de El Titi; luego una soleá a la manera gaditana, acordándose de las fatigas del Mellizo, de Ramón Jarana, de Juaniqui,…, un cante en el que se pudo apreciar lo bueno que tuvo que ser acompañando al baile, tan expresivo y tan marcado, tan lleno de emoción; siguieron las alegrías, con un amplio repertorio de tirititranes y jaleos, llenas de gracia y salero, de compás y simpatía, alardeando de una expresividad corporal “muy torera” sin duda aprendida en los escenarios; continuó con una ristra de tanguillos procedentes de los coros del carnaval como segundo homenaje explícito al tío Chano y a Mariana Cornejo, graciosos y muy chungones, con disparatadas coplas en las que se cuentan peripecias americanas e improbables sucedidos “finicios” o medievales, y los desengaños aparejados al progreso técnico y a la escasez; luego unas variadas bulerías llenas de musicalidad y genio, muy inspiradas y dedicadas a la Paquera, con imaginativas letras llenas de poesía, viniéndose arriba con un amplio surtido de “pataditas” y con el público ya entregado sin remisión, acabando con las letras de la “jambre” gaditana y un recuerdo precioso a La Perla, rematando la apoteosis; y para terminar, y a petición de la afición, tres preciosos fandangos llenos de poderío e intención crítica, en los que acabó de demostrar sus cualidades y versatilidad.
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Danzas gitanas. Grabado del siglo XVIII. |
El concierto fue creciendo en interés y comunicación conforme David Palomar se fue encontrando más a gusto, cómodo y seguro, desgranando cabalmente los cantes de Cádiz con todas sus peculiaridades (incluidos los clichés y las caricaturas) y afrontándolos con responsabilidad y buen gusto, como quien conserva la llama y la gracia del pasado, pero sin renunciar a un espacio para sus aportaciones propias, tanto en las letras como en la selección y arreglos de tan prolífica herencia musical. Destaca especialmente en los cantes rítmicos, que dice muy bien dominando el compás, y goza de una expresividad natural que debería prodigar, porque su lenguaje corporal (tan importante para cualquiera que se presenta ante el público) genera inmediata simpatía.
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David Palomar y Rafael Rodríguez, "El Cabeza". |
Estuvo estupendamente acompañado por Rafael Rodríguez, “El Cabeza”, que lo hizo todo bien, mostrándose en todo momento como un virtuoso discreto (que es la mejor forma de serlo). Por destacar algo de entre tanto bueno, me gustó especialmente el arranque de la soleá, las falsetas de las alegrías, los punteos graves “sordos” que reiteró, y, en una noche de recuerdos, la preciosa mención al Niño Ricardo en las bulerías. La estrecha complicidad entre cantaor y guitarrista quedó firmada ante el público con un emocionado abrazo y en el permanente jaleo ronco con el que Rafael fue templando la tensión inicial del cantaor.
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"Duros antiguos" |
El público gozó del ángel, la gracia, el arte y el compás, y disfrutó de la noche como si fuera de fiesta. Seguro que desde ahora adoptará a David Palomar como al sobrino postizo del viejo amigo Chano Lobato.
Hasta aquí llegaron la brisa y los ecos de la bahía.
David Palomar
Rafael Rodríguez, “El Cabeza”, guitarra.
Salón de Columnas del Teatro Bretón.
Logroño.
19 de marzo de 2015.
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