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Marta Fernández Calvo en acción. (Todas las fotos, de Lucía Corrales, proceden del facebook de la artista) |
Cuando
el arte aspira a algo distinto y superior a la mera imitación de la
realidad, las formas de expresión tradicionales se suelen demostrar insuficientes
como vehículo de intervención y conocimiento, y aparecen nuevos
comportamientos creativos -casi siempre efímeros- ligados a la
experiencia personal.
La artista Marta Fernández Calvo (que ha vuelto a España
después de un largo periplo internacional formativo y creador,
atraída por el momento de ebullición social que se vive en nuestro
país y con la intención de participar en él activamente) ha
presentado en Madrid, en el marco de Casa Leibniz, un trabajo
específico para el palacio de Santa Bárbara que la acogía, una performance titulada
696 pulsaciones.
El punto de partida fue la reacción física que le provocó su primera
visita al lugar, un deseo irrefrenable de correr por sus estancias y
la necesidad apremiante de traducir ese deseo en una acción que la
llevara a apropiarse de las cualidades esenciales de tan fascinante
espacio.
Elaboró
primero un plano emocional del edificio midiendo sus estancias a
través de las pulsaciones generadas por la taquicardia, y estableció
una dialéctica estratégica compleja entre
el lugar, la agitación interna producida por la vivencia emocionada
de ese espacio y los signos externos de esa emoción manifestados en
acciones de intención artística llevadas a cabo colectivamente por
un grupo de performers interactuando entre la arquitectura y el
público que acudía a los salones, tratando de recuperar el nivel de
sensación e intensidad emocional que “topografió”
la
artista en
su visita inicial.
El edificio, naturalmente, no permaneció inerte: el palacio
vibró, latió y
se transformó, aportando a la acción su mudable contenido y los
sonidos que generaba el flujo constante, sumando el crujido de las
tarimas, los murmullos cómplices y las voces distraídas de los
visitantes a los ruidos propios de los fantasmas titulares.
Marta
Fernández Calvo asegura
que la acción consiguió su pretensión: “la toma de consciencia
del afuera desde la percepción de lo que acontece dentro.”
¿Qué
queda de todo ello, pasado el tiempo? ¿Qué queda de una acción al
margen del mercado que no genera objetos perdurables más o menos
convencionales? Poco o mucho, según se mire: unos cuantos documentos
del proceso y la memorable emoción de los espectadores que lo
compartimos, y que confirmamos la intuición de que los latidos del
corazón son una excelente unidad de medida para las emociones y un
poderoso motor para la acción.
Quien
lo vivió (quien lo vio, quien lo sintió, quien lo escuchó) lo
sabe.