martes, 5 de junio de 2018

María Pagés, el magisterio de una fuerza de la naturaleza



Escribió Juan Ramón Jiménez que los milagros propios del poeta son nadar en tierra, andar en agua, volar en fuego y parar en aire. Otro tanto, igual de arriesgado y difícil, igual de improbable, es lo que logra María Pagés en su espectáculo Óyeme con los ojos, que toma el título de un poema de Sor Juana Inés de la Cruz (“Óyeme con los ojos,/ ya que están tan distantes los oídos,/(…) y ya que a ti no llega mi voz ruda,/ óyeme sordo, pues me quejo muda.”) Como el poema, el solo de la bailaora tiene mucho de personal, de examen de conciencia desde la atalaya de la plenitud vital, desde el agitado sosiego de la madurez creativa, consciente de la estrecha relación, por necesaria, entre el amor y la sociedad, entre lo propio y lo de todos, entre lo pasado y el porvenir.

El precioso itinerario de Óyeme con los ojos tiene un comienzo deslumbrante bailando María al silencio (tres minutos de clamoroso silencio: ¡cómo les gustaría a John Cage y Merce Cunningham este alarde!) arriesgada, firme, espectacular, emocionante, y acaba en otro logro de sabiduría y contención expresiva desvaneciéndose por el fondo de la escena, fundiéndose en negro hasta desaparecer por completo. Portentoso y sencillo, sencillamente memorable. Y entre ese alfa y esa omega un trayecto bailado en primera persona, en femenino singular, lleno de fuerza y emoción, construyendo otras seis escenas coreográficas a partir de la palabra poética y de la música, esencialmente flamenca (y qué bien cantada por Bernardo Miranda Luna y Ana Ramón, con Rubén Levaniegos a la guitarra, que cuando es necesario suena como un laúd árabe), buscando en sus lejanas raíces hindús y del Oriente próximo ligado a la mística de los derviches giróvagos (con la muy adecuada vibración profunda del violín y el chelo, misteriosa y tan humana), o en los logros e imaginarios de la danza contemporánea, con un homenaje explícito a la serpentina de Loïe Fuller.

El espectáculo rebosa sabiduría y gracia (esos “tangos del autobús” que relatan llenos de chispa los agobios de la vida cotidiana), y asombros tales como la capacidad para meter a Fray Luis de León en el compás de unos fandangos o a Mario Benedetti en un martinete ¡y además bailarlos con la intensidad y el magisterio de María Pagés!, o hacer de las Palabras para Julia de José Agustín Goytisolo una confesión de vida, una “guía de viaje” recitada por María con el sentido compás de una conversación con quien más se quiere. Aunque, quizá, nada tan hermoso, por liviano, por aéreo, por inesperado, como las castañuelas con las que se acompañó en las preciosas seguiriyas de El Arbi El Harti. Asombroso.
Todo resultó sobrio, preciso, medido, muy imaginativo en la constante redistribución sobre el escenario de los músicos y sus pocos bártulos, perfectamente iluminado, espectacular.
Y María Pagés tan bien vestida como siempre, imponente, tan gran artista: por volver a Sor Juana, “Si la flor delicada,/ si la peña, que altiva no consiente / del tiempo ser hollada, / ambas me imitan, aunque variamente, / ya con fragilidad, ya con dureza, / mi dicha aquélla y ésta mi firmeza.”
No te vayas nunca, María.

Todas las fotografías son de David Ruano y proceden de la web de María Pagés.


María Pagés
Óyeme con los ojos
2 de junio de 2018
Teatro Bretón. Logroño

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