lunes, 9 de abril de 2018

Y Rosalía bordó el cante


Rosalía. Foto: Óscar García.
Rosalía Vila se ha convertido (a sus 24 años y seguramente sin pretenderlo) en un fenómeno “popular” con muchos aspectos extramusicales (con polémicas artificiales sobre raza, geografía, belleza o gentrificación que nos llevan, otra vez, al negro túnel del tiempo, aunque ella aproveche su presencia en los medios para dar opiniones interesantes y matizadas). La revista rockdelux ha considerado su primer disco, Los Ángeles, como la mejor edición española de 2017, y la asociación de periodistas musicales le otorgó, por el mismo motivo, el último premio Ruido. Afortunadamente, además de a los medios de comunicación atrae a un amplio público, básicamente joven, aunque también gusta a la parte más curiosa del público flamenco tradicional. Incluida reiteradamente en la programación de festivales indies, su proyección internacional se acelera, y ha sido nominada en los Grammy dentro de la categoría de mejor nuevo artista.
En ese `estado de cosas´ llegó Rosalía al salón de columnas del teatro Bretón (que se quedó más pequeño que nunca ante tanta expectación) y dio un concierto singular, mostrando a placer sus grandes cualidades y lo que, seguramente, la define y la hace distinta: su actitud hacia el flamenco, que se manifiesta en el respeto de la tradición, pero haciéndola propia, interpretándola a su manera y conforme a su necesidad.
Luis Masson. Mujer sevillana.
Canta Rosalía como “hacia dentro”, para sí misma, a media voz, potenciando la intimidad, la emoción, como en un puro susurro, en un hondo lamento: como quien recuerda el cante. Su espacio idóneo no es ni un cuarto de cabales ni un tablao para espectáculo: su actitud parece reclamar un ámbito doméstico, de trabajo compartido, de confidencia, de retiro, casi de soledad. Es la suya una voluntad de proximidad, de corta distancia, y las dimensiones del salón de columnas y la tenue Iluminación del lugar, muy matizada, tenebrista por momentos, recalcó esa intención.
Rosalía ha crecido como artista desde la afición y el gusto personal, desde el círculo de amigos, y no, como en otros casos igual de válidos, desde la raíz, a través del conocimiento asimilado en la familia. Y su gusto y sus capacidades son idóneos para las virtudes de los cantaores antiguos (y no tanto) que podríamos llamar, simplificando bastante, “marcheneros”, devoción reconocida y confesada en la que coincide con buena parte de lo mejor de la nueva generación de cantaores.
Ella logra que su voz dúctil, flexible, su sorprendente capacidad para el melisma y la filigrana, aparezcan en el concierto (más que en el disco) como una forma expresiva natural y relajada, libre de la exigencia que su complejidad técnica parece exigir.
Francis Picabia. La española. 1917-20.
Empezó Rosalía, cargando el ambiente de emoción y misterio, con una media granaína que hiciera famosa Manuel Vallejo (Con un suspiro le pago), continuando con un vibrante mirabrás, todo temblor, para llegar al Aunque es de noche que musicara Enrique Morente por tangos a partir del poema de San Juan de la Cruz, en una versión de compás muy cargado y ligeramente acelerada: seguro que los dos maestros darían el placet. Sin duda. Después, la milonga La hija de Juan Simón, que popularizara Antonio Molina, cogiendo los corazones del respetable en un puño y haciéndonos partícipes de la dramática historia del enterrador, demostrando, sobre el brillante trabajo del maestro Alfredo Lagos, que Rosalía canta como el que cuenta, como el que sabe una historia puesta en letra de canción y la interpreta con todo interés, con toda la intención, con todo el cuerpo. 
Salvador Dalí. Pierrot tocando la guitarra. 1925.
Continuó con un precioso ramillete de fandangos, de compás muy marcado, vibrantes, una delicia de musicalidad, para afrontar la guajira Cuba linda te venero, de Pepe Marchena, derrochando gracia y dominio de la escena, logrando interesar vivamente al respetable con sus andanzas caribes. Pura vida. Después, tras otra preciosa presentación de Alfredo Lagos, que la llevó en volandas todo el tema y durante toda la noche, unas luminosas bulerías por soleá a la manera de la Niña de los Peines (Qué bonita es la amapola), para continuar con los tanguillos gaditanos de los anticuarios, enseñándonos que se puede vivir del aire y del cuento desdramatizando la cruda realidad. Para ir acabando, unas bulerías todo compás y brío, muy aceleradas y llenas de variaciones, muy apropiadas para demostrar sus abundantes recursos. Jerez en directo. Y de regalo para el entusiasta y pertinaz público, de nuevo por Vallejo y volviendo a las pesadumbres (Quítate de mi presencia, Catalina mía), demostrando que ni contigo ni sin ti tienen nunca nuestros males remedio. Un final apoteósico.


Rosalía canta “antiguo” en intención y repertorio, y cultiva una sentimentalidad en la que el dolor íntimo de la muerte y la pérdida resulta omnipresente. Como intérprete, además de sus enormes cualidades vocales, tiene la capacidad de “transmitir”, y saca un enorme partido a su expresividad intuitiva (movimiento escénico, pitos, palmas, movimiento de manos y brazos, etc.), a una gestualidad natural liberada de los corsés que demasiado a menudo lastran a los intérpretes flamencos.
En lo puramente musical, sacrificar –o, al menos, atenuar- el metal de la voz, su brillo, su capacidad y facultades, a una opción estética “antigua” (“canta como una vieja”, dicen que dijo muy elogiosamente Pepe Habichuela tras escucharla) conlleva el riesgo de resultar monótona, y el afán por cantar a media voz puede dificultar la claridad de la dicción y de llegar adecuadamente al público.
Joan Miró. Bailarina española.1928
Pero esa hipotética circunstancia no se dio el pasado viernes en Logroño. Aquí tuvimos la suerte de que Alfredo Lagos urdió la trama y sobre ella Rosalía bordó el cante.


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