martes, 27 de diciembre de 2016

Y el móvil sonará...


William Hogarth. El coro.
¿Hizo bien William Christie al parar la orquesta que dirigía, Les Arts Florissants, cuando, la semana pasada sin ir más lejos, sonó en el Auditorio Nacional un teléfono móvil mientras interpretaban El Mesías, de Haendel?
¿Y en recriminar a todo el público presente haciéndolo copartícipe del desaguisado sonoro, achacándole nada menos que "haber destruido una de las piezas más bellas jamás creadas"?

William Hogarth. El músico enfurecido.



¿El timbre polifónico de un espectador desaprensivo mancha irremediablemente a toda la audiencia?
¿No es suficiente castigo con el bochorno, el cabreo y la vergüenza ajena que provoca en la mayoría de los oyentes atentos la falta de consideración (o el descuido) del perdulario?



Haendel. El Mesías. The Trumpet Shall Sound. 
Leonard Bernstein. NY Philharmonic Orchestra. CBS. 1957.
Probablemente Haendel no habría hecho otro tanto, y seguro que padeció más y mayores ruidos en su permanente itinerancia por las cortes europeas, guiado siempre por la búsqueda del éxito y por su afán de sintonizar (forjando, de paso, su gusto) con grandes públicos en amplios recintos.
William Hogarth. Mascaradas y óperas en Burlington Gate. Londres. 1724.

El ceremonial religioso que hoy invade los conciertos clásicos es bastante reciente, según cuenta John Elliot Gardiner en su, por tantas cosas, maravilloso retrato de Bach (La música en el castillo del cielo), y ni en las iglesias estaba garantizado el silencio y era frecuente la turbatio sacrorum, "provocada como consecuencia de realizar paseos inapropiados de acá para allá y del lanzamiento de objetos desde las galerías a las mujeres que estaban abajo", y el barullo formado en las capillas "por los jóvenes y otra chusma inútil."

Caricatura de Haendel hecha por Joseph Goupy. 1754.
La búsqueda de nuevos públicos en el acaudalado ámbito de las empresas patrocinadoras trae aparejado ese riesgo (entre muchos otros), pero, si no desconectan el móvil en el palco de su adorado equipo de fútbol, ¿por qué habrían de hacerlo en templos de devociones menores?

William Hogarth. Los cinco órdenes de las pelucas. 1761.
 

3 comentarios:

  1. Suena a amenaza apocalíptica.

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  2. Sin duda Haendel y cualquier músico de la época y siguientes, padeció circunstancias ruidosas más abundantes y peores. Hoy, debería suponerse que el que acude a un concierto debe mostrar el mismo respeto con el músico con que éste se comporta con el oyente. Lamentablemente la incultura de los "aficionados" que acuden a los conciertos no es la deseada, incluso en muchos conciertos el foro oyente tiene menos cultura que nuestros antecesores. Y así inveteradamente. ¿Tuvo Christie que parar y recriminar al público? Decidiamente yo apuesto por el parar, girarse, hacer un gesto de incomprensión, esperar y continuar. No debió decir nada.
    Lo que debiera imponerse es que el público que rodea al irreverente ruidoso, señora o señor, le indiquen, con la ayuda del responsable de seguridad o acomodador......márchese maleducado, márchese, aquí no cabe Vd.
    Se ha visto muchas veces en cientos de escenarios, desde los más selectos a los más humildes, cómo "colabora" el oyente con la partitura, ad libitum. Hay muchas imágenes en internet. Recordemos a Brendel parando en el sagado Carnegie parando y diciendo : <> Lapidario. También hemos visto cómo hay otros músicos que se lo toman en clave de humor, aunque quizá el momento no fuese tan excelso como un pasaje de El Mesías, y con su instrumento glosaba el multitono telefónico.
    En fin, de todo hay. Pero la educación del "respetable", para con el que está trabajando en música para transmitirle un mensaje musical, debería ser de una corrección exquisita. Al concierto se va tosido y se permanece desfonado, despapelado y mutis.

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