jueves, 29 de diciembre de 2016

Los silencios que cobija el teatro

Pedro Casablanc  Yo,  Feuerbach. Foto de Martí E. Berenguer. 

Por sorprendente que parezca no hay dos silencios iguales, y pocos tan intensos y emocionantes como los que se escuchan de vez en cuando en los teatros.
No hace mucho el actor Pedro Casablanc produjo uno especialmente hermoso en el teatro de mi ciudad hablando precisamente de teatro en la función Yo, Feuerbach, de Tankred Dorst, adaptada y traducida por Jordi Casanovas. Decía, entre muchas otras, verdades como esta:
Frederic Amat.


(…) La gente piensa que solo en la naturaleza, en la soledad de la naturaleza, se experimenta el silencio total. En el desierto. Yo conozco el desierto: he atravesado la arena profunda que a cada paso se vuelve a cerrar sobre el tobillo, y he sentido la tentación de seguir caminando y caminando, cada vez más lejos, sin pararme,… Pero ese silencio sepulcral también existe en el teatro. A veces incluso durante una función totalmente intrascendente. En la sala hay mil espectadores, mil o más. El actor hace un gesto con la mano, acaba de decir una frase, una mirada, una pausa… y súbitamente se establece el gran silencio,… como el que acompaña al goteo del agua en las cavernas profundas… Un silencio que paraliza las emociones. Mil espectadores en la sala oscura…  y es el instante en que de alguna manera se anula el tiempo. (…)
Pedro Casablanc y Samuel Viyuela González en Yo,  Feuerbach. Foto de Martí E. Berenguer. 

Y esas situaciones tangentes con la maravilla, por increíble que parezca, suceden ante nuestros ojos con cierta frecuencia. 

Solo hace falta un buen texto, un gran actor (convertido en reinventor de palabras) y un público dispuesto a escuchar.
Frederic Amat.

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