lunes, 19 de mayo de 2014

Monk en La Habana de la mano de Pepe Rivero


Pepe Rivero.
El   pasado jueves aconteció en el Teatro Bretón de Logroño una tremenda descarga a cargo del cuarteto cubano de Pepe Rivero. Planteada sobre el papel como un homenaje a Thelonious Monk -el elusivo pianista que estuvo en el origen del be-bop, lo que es otra forma de decir en la creación del jazz moderno-, sobre el escenario resultó mucho más, algo así como una celebración de la música como fuente de belleza y placer.
Thelonious Monk. Fotografía de W. Eugene Smith, utilizada (oportunamente reencuadrada) 
como portada del disco Monk por Bob Cato. 1953.
No   es la primera vez que se plantea la pregunta sobre qué habría pasado si Monk hubiera nacido en el Caribe. Por no ir demasiado atrás, el panameño Danilo Pérez, el dominicano Michel Camilo, el puertorriqueño Giovanni Hidalgo, los cubanos Chucho Valdés, Paquito D´Rivera y Gonzalo Rubalcaba, el neoyorquino postizo Jerry González y el falso habanero Marc Ribot, entre muchos otros, han calentado las armonías de Monk con el ritmo y el color del trópico. Pero como siempre, tan importantes como las preguntas son las respuestas, y las de Pepe Rivero son excelentes, y demuestran su categoría como pianista, compositor, arreglista y director de grupo.
Pepe Rivero aporta riqueza rítmica (con dosis variables de rumba, bolero, chachachá, danzón, tumbao,…) al gran músico que había optado por la intrincada sencillez, por la lentitud, por lo escueto, haciendo de las facetas fragmentarias su principal seña de identidad.  Rivero le cambia el compás y acelera el ritmo, y el repertorio, aún permaneciendo identificable, se hace exuberante y tórrido.
Frank Emilio Flynn.
En  ese acercamiento Rivero reconoce su deuda con la música y el magisterio de Frank Emilio Flynn (excelso pianista cubano al que Winton Marsalis, literalmente, adoraba), y hay mucho de las aportaciones melódicas y rítmicas de esa tradición cubana que tan bien mezcla lo culto y lo folclórico. Además, como si entraran por la ventana desde el patio de vecindad, aparecen en la interpretación compases del Bolero de Ravel, fragmentos de Debussy y de Ernesto Lecuona, preludios y nocturnos de  Chopin y un buen montón de ritmos populares.
El  resultado es una música irresistible, con un sonido compacto, intenso, en perfecta sintonía con la tradición del latín jazz que los percusionistas cubanos ayudaron a construir hace casi setenta años. En ese sentido, resultó fundamental la labor de Reinier Elizarde “Negrón” al contrabajo y Georvis Pico a la batería, perfectos en la creación incansable de complejos ritmos llenos de imaginación, y de Inoidel González al saxo tenor, haciendo las veces de Charlie Rouse (tan brillante, tan vibrante) en este excepcional cuarteto.
Una noche para recordar, de las que acrecientan la afición y las ganas de marchar al trópico, como se pudo observar en la intensidad y brío con que el orfeón de la audiencia cantó el coro de “Que te desnudes”.
Azúcar…


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