viernes, 5 de julio de 2013

Música popular

Si  quieres saber cómo está el panorama de la música popular española, necesariamente tienes que ver "Populismo musical", un documental dirigido por Jordi Castells sobre lo que está dando de sí el principal frente sonoro surgido de la depresión colectiva que eclosionó en la clamorosa indignación del 15-M: la Fundación Robo.


Logotipo de la Fundación Robo.


La  película, bajo esa peyorativa denominación "populista" entre provocativa y autoparódica  (y que curiosamente y a pesar de ser práctica dominante en las relaciones sociales, no existe como concepto para el DRAE) trata de ser el reflejo de cómo desde muy distintas sensibilidades musicales se ha abordado la necesidad de sintonizar con las amplias mayorías, con sus deseos y frustraciones, para convertirlas en sujeto protagonista y tema principal de las nuevas canciones.
El  documento tiene mucho interés (y no es el menor haber metido a Calahorra en una versión hispana del "This land is our land" de Woody Guthrie) por ser un buen reflejo (a menudo contradictorio) de un movimiento que tiene más de voluntarista que de espontáneo. 


Woody Guthrie armado para cantar.

En  él se ven los intentos de superación, mediante prácticas autogestionarias, del mal modelo musical de partida (con una industria discográfica esencialmente recaudadora y la dependencia excesiva de la administración, más interesada en el brillo y la propaganda que en la educación y la cultura), y refleja, razonablemente, cierta desorientación de los participantes (porque no iban a ser los músicos los únicos "orientados" en el caótico panorama reinante).
Hay situaciones emocionantes, como la recuperación del "Gallo rojo, gallo negro" de Chicho Sánchez-Ferlosio por Refree y Sílvia Pérez Cruz, o la interpretación de "Luego pedirás perdón" por Joseba Irazoki, y tienen mucho interés las presencias de Nacho Vegas y el ubicuo Roberto Herreros, dinamo principal de este descentralizado movimiento.
Es  muy curiosa esta repentina necesidad por hacer canciones para la desaparecida "clase obrera" y para la "clase media" en peligro de extinción, y que surja precisamente entre lo más brillante y personal del movimiento musical independiente, como pequeños proyectos de serie B con destinatario incierto, porque me temo que los pretendidos receptores están en otra onda. No hay más que ver dónde se desarrollan los conciertos (lugares mínimos y a menudo sórdidos, alejados de la "clase" y de sus prácticas ociosas o culturales) y la dimensión de las acciones callejeras, más festivas que otra cosa.
Lo  peor, como siempre, el papelón de quienes se atribuyen la función de ordenar e iluminar el discurso común del movimiento y se pierden en las viejas palabras que ya han demostrado su incapacidad instrumental.



Si  Llach, Ibáñez y Raimon (tres hitos de la música popular española citados en la película) llegaron a ser importantes e influyentes fue, en buena medida, por motivos extramusicales. Una parte notable de su peso específico se debió a que supieron mantener una relación dinámica (más o menos libre, según los casos) y productiva con las organizaciones de masas y con los propios destinatarios de sus canciones, circunstancia que en la actualidad ni se da ni, lamentablemente, se la espera.
El  "pueblo" no comparece siempre que se le llama, pero habrá que seguir intentándolo. La ocasión lo requiere y lo merece, porque motivos hay de sobra.



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